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Francisco Velasco. Abogado e historiador

EL SEPULCRO DEL CID

 

Malos momentos. Muy malos. Peor aún: no se atisban puntos de inflexión en el descenso. El gran drama de España es el pentamillón de personas desempleadas. A partir de esta realidad incuestionable, la clase política gobernante -léase el Psoe de Zapatero y demás compañeros verdugos- ha de actuar en consecuencia y en consonancia.

 

La crisis -lo hemos señalado- parte del espacio político-económico internacional. Nadie lo duda. En España, la permanencia de esa depresión no se alimenta, sin embargo, de manantiales exógenos. Ni mucho menos. Se nutre de la inepcia inadmisible del Gobierno psoecialista y se fortalece en la ambición enfermiza de su consejo de ministros.

 

Del mismo modo que 1898 fue una efemérides histórica imborrable, 2008 va camino de convertirse en un hito igualmente indeleble. De la primera fecha, hay que culpar al sistema corrupto de la Restauración. De la segunda, a la vergonzante utilización que de la democracia está haciendo el partido que fundara Pablo Iglesias.

 

Entonces, a fines del siglo de las constituciones liberales, surgió un movimiento de regeneración de la vida política española. Ahora, en los albores de la actual centuria y del tercer milenio, la necesidad de recuperación de valores auténticos es perentoria. No se puede seguir navegando en un mar revuelto con una embarcación capitaneada por una banda legitimada por su elección democrática, pero carente del más elemental espíritu de profesionalidad y de honor. La democracia política no puede contradecirse con la aristocracia de la sabiduría, de la capacidad y del buen hacer. Esta bipolaridad es muy perjudicial. Resta categoría a la esencia de un sistema basado en la decisión libre del pueblo.

 

El drama del desempleo se aproxima a las frontera de la tragedia humana. El número de parados se incrementa por días y por horas. Las manifestaciones del ministro Valeriano -tila, tela-, y de su jefe de sección azul, el señor Zapatero, en torno a la posibilidad de crear puestos de trabajo en el segundo semestre de dos mil once, son quasi delictivas. La mentira de estos personajes puede ser inocua si no provoca desastres humanitarios. Y vaya que son insultantes las promesas imposibles de cumplir que, además, son reiteradas, pertinaces y dolosamente comprometedoras. Crean expectativas en los ciudadanos que, al poco, se ven defraudadas y, por ende, activan nuevos dolores.

 

Joaquín Costa demandaba, a expensas de la idea de reconstruir la nación, que la idea guerrera debía ser enterrada, cancelada y cautiva en un túmulo clausurado con siete llaves. El Cid era un símbolo glorioso de guerra y de irreflexión. Propugnaba Costa la paz después del desastre de Cuba. La paz que nace, no del miedo, sino de la prosperidad económica y del progreso social. Una vez más, las buenas intenciones de la Generación del 98 se esparcieron por el suelo como semillas inútiles.

 

José Luis Rodríguez Zapatero debe poner un candado a su particular sepulcro del Cid. Bastaría que asumiera su responsabilidad en la calamidad que padecemos. Sería suficiente que se avergonzara públicamente de su gestión perversa y de su palabrería huera. Me conformaría con que afrontase que, a causa de su ineptitud, los comedores de auxilio social estén repletos. Cada persona sin recursos, y se cuentan por centenares de mil, es un candado en la conciencia cívica del presidente. Uno duda de su recato político. Sin embargo, presumo su escrúpulo personal. En esta creencia, le insto a dejar el Gobierno del pueblo que, de manera indiscutible pero minoritaria, le aupó a tan cualificado cargo. Si no por amor de Dios, por respeto al ser humano.

 

Reclamo mi derecho a pedirlo y le exhorto a resolver en justicia democrática. Déjese de fotos. La foto es, en Zapatero, el desdichado fatum de España.

 

Un saludo.

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