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Francisco Velasco. Abogado e historiador

EL CUENTO DE LA LECHERA

 

 Lo de la sostenibilidad de la economía es un concepto que se esgrime con tanta impropiedad como ligereza. Recuerda el cuento de Esopo, reinterpretado por el Infante don Juan Manuel y Samaniego.

 

La que fuera primera ministra de Noruega, la señora Brundlant, firmó un informe que definía el desarrollo sostenible como el que es capaz de satisfacer las necesidades actuales sin comprometer los recursos y posibilidades de las futuras generaciones. Proyectemos la idea a una economía doméstica. Una familia de cuatro miembros en la que únicamente trabaja uno de los padres, puede asegurarse la sostenibilidad de su economía doméstica si tiene en cuenta una simple operación matemática. Ha de ingresar más de lo que se gasta. Los ingresos por encima de los gastos. Si se invierten los términos y el sustraendo relega al minuendo, la deuda está servida.

 

La deuda puede ser soluble si es circunstancial y de cuantía pequeña. De ser sistemática y de contenido in crescendo, la deuda alcanzará niveles de desarrollo tales que los efectos incidirán en el patrimonio presente y futuro de la unidad familiar. En cuyo caso, la economía dejará su carácter de sostenible y adquirirá los vicios que afean la insoportabilidad de una carga demasiado pesada. He ahí el misterio.

 

Extrapólese esta idea indiscutible a factores macroeconómicos y a un territorio estatal. El Gobierno de Zapatero es autor de una producción legislativa que, en la mayoría de los casos, se difumina en el título normativo, ya que su contenido roza el imposible cumplimiento. Entre ellas, la Ley de Economía Sostenible es un paradigma. De etereidad, de superficialidad y de brindis al sol. Esta Ley resume y compendia la demagogia política de un Gobierno que no sabe si la petanca y los bolos son deportes olímpicos y que dice creer que el aborto perpetrado por un médico a una mujer supone la muerte de un ser vivo, pero no de un ser humano.

 

Con tamañas carencias cognoscitivas y tanta demasía de engaño popular, la susodicha ley persigue -ni más ni menos- cambiar la cultura productiva de la construcción a mansalva por el modelo económico basado en la tecnología, la innovación, la formación especializada y la energía medioambiental. Es verdad que la intención es loable. Más cierto es, sin embargo, que el propósito no es bueno, en tanto se queda en el papel de regalo con que envuelve el convoluto vacío. Hay voluntad de engañar. Una vez más. Y es que, puestos a regalar, el humo siempre es barato.

 

El humo nos conduce al fuego. El Gobierno no se limita a su papel de diseñar un modelo y de permitir a los agentes sociales, en el marco de libertad de mercado, decidir sobre la actividad de ese modelo. No. El Gobierno ejerce de Juan Palomo: yo me lo guiso y yo me lo como. Total, no se va a materializar. Qué ganas de involucrar a terceros.

 

Lo que sí está fuera de toda duda es que la Ley no va a crear empleo. Ni a corto ni a medio plazo. Cinco millones de parados constituyen un peso excepcional para una mesa de patas cortas y medida desigual. Amenaza con venirse al suelo. El sistema financiero se debate entre el beneficio óptimo y el lastre de activos inmobiliarios invendidos. Los empresarios y sindicatos representativos de una mínima parte de la sociedad despilfarran cientos millones de euros bajo el “inri” legal de las subvenciones. Los dicisisietes “estadillos”, que dice Aznar, compiten con el “lander” central a la hora de gobernar. Los ingresos caen por la vía del paro y suben por la cuesta de los tributos. Se gasta más de lo que se ingresa y debemos hasta el saludo.

 

Los padres y madres trabajadores no pueden sostener este tinglado. Los españoles no podemos soportarlo. La sostenibilidad pasa por un cambio de Gobierno. Después de las elecciones, se hablará de cambio de modelo. Zapatero no ha superado la lectura del cuento de la lechera. La leche que le...

 

Un saludo.

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