LA BURRA AL TRIGO
El hombre es el animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Lo malo del tema es que no son dos. Muchas más. Como a la burra, no existe correctivo suficiente que lo disuada de entrar en el sembrado. Nos reiteramos en el error amén de ignorar la lógica de la razón, la razón de la lógica y el peso de la justicia. Terquedad y reincidencia son paradigma de lo arcaico. Salvo que lo único que se pretenda es el trigo, la ambición colmada, el interés consumado. Salvo eso.
A lo largo de los dos años de vida del blog que me honro en tutelar, he tenido la voluntad, férrea voluntad, de escribir un artículo diario. Diario. Se trataba de proclamar la soberanía de la libertad de expresión y, al mismo tiempo, de mostrar que si se quiere, se puede y que si no se sabe, se aprende. Un poco de todo esto ha presidido esta actividad mitad literaria, mitad de análisis político.
Pues bien: si algún tema ha sido objeto de especial énfasis por parte de este abogado e historiador, ha sido, sin duda, el referido a la corrupción. Si lo piensan, es lógico que no pueda ser de otra manera. La democracia ha traído, con todas sus virtudes, un alud incontenible de golferías que, al amparo de las libertades, han sustituido el derecho por el torcido. La corrupción es una práctica que consiste en utilizar funciones y medios de las organizaciones públicas con la espuria finalidad de beneficiar a los gestores de las mismas. La corrupción, como vicio. La corrupción, como delito.
A lo largo de este tiempo, no me he sustraído a la necesidad de hablar claro y de fundamentar mis asertos. Sin embargo, el tema del presente artículo, de tan amplio exordio, no es sino recapitular sobre la idea de catarsis que se adivina sangrienta y cruel conforme el fantasma de las elecciones municipales aproxima el espectro de las autonómicas y, sobre todo, de la gran contienda de las generales.
La burra psoecialista no vuelve al trigo. La burra de Zapatero nunca salió del sembrado. Entró como pudo y quiso y allí permanece, asido el hocico y anclado el pataje a la hierba verde, hasta que el final de los mundos vuelva a ser anunciado por la trompeta del nuevo apocalipsis. O nosotros o el caos, dicen los sectarios del Gobierno zapateril mientras blanden centrales nucleares, amenazan pensiones desnudas, atizan la violencia propia culpando del mal a los ajenos, o atribuyen a Aznar los cinco millones de parados.
He referido, asimismo, que la catarsis necesaria no pasa por limpiar sus pecados ni reconocer sus deméritos ni expìar los delitos. No. He reiterado, y en ello me empeño de manera pertinaz, que la catarsis será exógena, y que su efecto multiplicador alcanzará tamaña dimensión que ríanse ustedes de la conmoción que nos causó el atentado del 11-M que llenó de oprobio a la nación española. Nunca admití, pura asepsia histórica y simple práctica jurídica, que la pequeña turba de islamistas fuera la autora de tan descomunal barbaridad mortífera. El sentido común impele a esa conclusión, sin necesidad de más estudios ni de otras investigaciones.
Cui prodest. A quién beneficia. El abc de cualquier pesquisa en torno a un crimen obliga a preguntarse el móvil de este tipo de operaciones. La respuesta tiene una lectura directa y otra inversa. La lectura inversa refiere que el atentado de Atocha no beneficia a Aznar ni a los populares. A sensu contrario, la lectura directa nos señala a los herederos directos del inmenso patrimonio que nos legara el anterior presidente del Gobierno español. Los grandes aprovechados de la trama nunca bien investigada fueron los psoecialistas y, con ellos, los enemigos de la derecha liberal: el fundamentalismo marroquí, la izquierda extrema y la clase empresarial del sector de telecomunicaciones desfavorecida por la muchachada aznarista.
Ahí radica la catarsis. En que la burra no quiere abandonar el campo de cereal. Si se demostrara la implicación del Psoe en el vil asesinato de cientos de españoles, el escándalo sería tal, que el propio Rubalcaba -el del engaño masivo- llevaría la mano de Zapatero -el bambi zangolotino y narciso- a firmar el decreto de estado de sitio para todo el territorio nacional. En esas condiciones, no cabe cita electoral. Y si las elecciones no son posibles, quedan eliminados los derechos y las libertades individuales y colectivos. Y si se anula el núcleo duro de la Constitución, ésta queda reducida a cenizas sin necesidad de organizar un golpe de estado militar. Y quién sería gobernando no puede ser otro que la banda conocida. Y cuando una pandilla de facinerosos se pone al frente de un país, aparte de esquilmar su hacienda, echan sal en sus campos para que la hierba democrática nunca más vuelva a crecer.
La burra al trigo. Está en él. Cocea con toda la mala leche que ha ido acumulando después de tantos años de poder. Saquemos a la burra del sembrado. Por las buenas. Nunca de modo violento. Con la ley en el puño derecho y el derecho en la mano izquierda. Dejen la crispación a la burra.
Un saludo.
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