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Francisco Velasco. Abogado e historiador

PLAGA INCURABLE

 

 Lo ha dicho Vargas Llosa. El escritor. El gran Vargas Llosa. Norte de una generación de literatos marcada por la genialidad de sus creaciones. Lenguaje elevado a la máxima expresión de riqueza. El nacionalismo es una plaga incurable. Si lo sabrá él.

 

La ciudad y los perros es la obra del peruano que abrió la puerta de la modernidad en la literatura hispanoamericana. Es una crítica ácida al militarismo. Una respuesta mordiente a la confusión entre hombría y valor o entre prudencia y cobardía. Rechazó el arequipense la disciplina castrense previa a la inserción en la vía civil. No hay mejor disciplina que la interior. Ni mejor moral que la que surge del convencimiento personal. Ni mayor ética que la que se funde con la ley democrática. Todavía esta visión militar se halla presente en la sociedad. No somos capaces de tirar lejos de nosotros la costrosa capa de súbdito ni el cochambroso impermeable de “siempretenemoslaculpa”.

 

Muchas veces me he sorprendido cabreado al escuchar majaderías como que la escuela o la universidad preparan a los chavales para la vida. Serán cretinos. La vida es la escuela. La vida es la universidad. Los estudiantes son vidas cálidas que se ahorman en el yunque de la experiencia vivida y no en la bigornia de las circunstancias ajenas. Vargas Llosa aborrece las plagas y, en especial, las que no tienen cura. Sabe el genio que las locuras propias son culpas ajenas en mentes retorcidas por el odio. Lo sabe. De ahí la insania.

 

Los nacionalismos se sustentan de la fragilidad del Estado. Ante la firmeza, los separatismos claudican. En las dictaduras, los independentismos se arrugan pero se alimentan de su impotencia en terrenos de clandestinidad. Sólo un sistema democrático es capaz, por ser territorio de la soberanía del pueblo, de poner coto al desmán de esta epidemia insalubre. Democracia respetuosa pero entera y constante.

 

El Estado no debe ser como el Pantaleón de las visitadoras. No se debe hundir por la solidez de sus principios. Ni debe convertir el poder en la fiesta del chivo. La dictadura es un caleidoscopio que nos hace ver colores e imágenes radiantes siempre que no apartemos la vista de lo que el hacedor, el gran hacedor, quiere. De esa forma, se nos hurta el conocimiento de la corrupción,  de las perversiones de la jerarquía, del machismo imperante o de la psicología más alienante. El Estado no podrá acabar con la plaga incurable de los nacionalismos. Es muy posible. Sin embargo, tiene el ineludible deber de ceñir sus límites al ámbito de su mismidad. Y esa identidad se queda en el limbo del pensamiento y en la libertad de expresión que la propia democracia regala a quienes pretenden robarla a los demás.

 

La plaga incurable de los nacionalismos, don Mario, puede hallar en los antibióticos de la moral, de la ética y de la ley, la asepsia que frena las metástasis. Algo es algo. Para ello, el cirujano ha de ser experto y la técnica, depurada. Si no, todo queda en palabras, palabras, palabras.

 

Un saludo.

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