EL DESCRÉDITO DEL PARLAMENTARIO NACIONAL
Aquel mantra del “tienes más vacaciones que un maestro de escuela” es, aparte de falso, maléfico e impreciso, equivocado. Para vacaciones, las de los señores diputados del Congreso. Sus señorías disfrutan de casi tres semanas de holganza presencial en Semana Santa y de casi dos meses de disfrute estival. En Navidades, otra expresión del descanso prolongado.
Entre el asueto legalizado, los emolumentos seguros, las dietas de rigor y las gabelas inherentes a la función, ser miembro del Congreso se convierte en objetivo primordial de tantos políticos que medran, desde su adolescencia, en los cenáculos del partido de turno a ver si su altísimo nivel de sumisión al jefe provoca en el superior un estímulo añadido para su designación. De la elección ya se encargan los ciudadanos de voto inasequible al desaliento de las campañas.
Entre la muchedumbre de congresistas hay que distinguir los ejecutivos preparados de los especialistas en calentar escaños. El número de éstos se incrementa a medida que aumenta el número de asesores y se cualifica el papel de los letrados de Cortes. La responsabilidad de este subgrupo, bien numeroso, se ciñe a levantar la mano cuando les indica el viceportavoz de dedos o a hacer bulto en la Cámara si son requeridos, de tarde en tarde, para aclamar o abuchear, según corresponda, al orador del momento. Terrible, durísima, la tarea de estos papás de la patria. Ese esfuerzo de voz y de brazos no lo soportan el minero, el pescador, el campesino o el mecánico.
Los entusiastas del sillón de cuero se llevan las manos a la cabeza cuando las críticas molestan sus sensibles oídos. En todos los parlamentos democráticos pasa lo mismo, arguyen enojados y, además, cobran más que en España, remarcan. Poca actividad de muchos, consuelo de listos. Estos señores y estas señoras tienen de estadistas lo que servidor de vietnamita. Más allá de las inminentes elecciones, sus privilegiadas mentes no pueden ver la deriva a la que se dirigen las nuevas generaciones. Uno comprende que cada sujeto cae en la tentación de lo fácil por más que prometa resolver los asuntos difíciles.
No sé quién escribió que la política es el arte de obtener el dinero de los ricos y el voto de los pobres con el pretexto de proteger a los unos de los otros. No recuerdo el nombre del autor de la frase. Ojalá fuera de este articulista. Que no lo es.
Sea como fuere, hay una realidad indudable: se multiplica el número de ciudadanos que se abstienen de votar en las elecciones. En las europeas de mayo, vamos a comprobar la ristra de desencantados. A este paso, la democracia perderá su significado. Y no será por desidia del pueblo ni por retropasión por la dictadura. Sencillamente por el hartazgo de dar de comer a un colectivo de inoperantes sin crédito.
Un saludo.
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