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Francisco Velasco. Abogado e historiador

DIECIOCHO MESES

 

 El plazo para que el tirano de Venezuela consume su traición a la democracia. Año y medio. Cuando uno nace golpista, golpista vive y golpista muere. No hay posibilidad de regeneración en un violador de menores ni en un fascista irredento. Chávez, que se sepa, no es violador de menores. Sin embargo, viola la democracia un día sí y el otro más se empeña. La pérdida de la mayoría absoluta remueve atavismos salvajes en los políticos que se enfundan el maillot amarillista de líder del pueblo. Es el sino de los que se llaman socialistas. Si el Gobierno cae en sus manos, todo se manipula para desempolvar los viejos hábitos autoritarios. Cuando el riesgo se cierne sobre su omnímodo mando, se emprende una carrera furibunda contra la Oposición. En el momento en que el peligro se hace inminente, juegan a la magia y, de manera tan basta como grosera, hacen del imperio de la ley la ley de su imperio.

 

Al cabo de un ciclo de relaciones políticas, sociales y económicas, la bella maquillada aparece como la auténtica bestia. Existe toda una panoplia de casos en la historia del último siglo, que nos indican que nos encontramos ante una patología de libro. Desde Hitler y Mussolini a Stalin y Castro. Desde Chávez a Pinochet. Excepcionar la legalidad constituye el primer síntoma de cuanto se barrunta, cual tormenta laberíntica, en las heces neuronales de estos artistas. De pronto, la ansiedad se apodera de sus mentes calenturientas y aflora la ambición despótica que reservaban, como maléficos brebajes, en la cava de sus almas desventuradas. Gobernar por decreto es el instrumento que utilizan como berbiquí sangriento. Se ensañan con los ricos y con los pobres. Con un oficio o un colectivo se empecinan especialmente. Adulan, el tiempo táctico necesario, a las fuerzas y agentes sociales en los que se sustentan. Terminado el efímero y programado romance, a las andadas vuelve el talibán.

 

En cualquier caso, nunca reconocerán la dimensión de su fraude ni el cariz de su mentira a los cuatro vientos. Cosa de transportes. Trasunto alimentario de primera necesidad. Colapso del consumo. Aparición de grupos terroristas muy peligrosos. Escalada de catástrofes. Lo que sea. Se trata de subvertir el orden constitucional como sea. De la democracia sin fondo a la dictadura de hecho, sólo dista el filo de un puñal. Subversión desde la cúpula. El pueblo, entonces, no sabe rebelarse. Mala cosa.

 

Los golpes de estado del siglo XXI se escriben bajo decretos-ley. Los pronunciamientos militares se tapan bajo el acero del boletín oficial. Los parlamentos son deudos de su propia dejación de potestades. La democracia cae víctima de los partidos que proclaman la pluralidad. Pura filfa. Falacia indecente. Innoble acción. Rastrera actitud. Vergonzante lacra.

 

Cuando se cultivan amistades peligrosas, el tonto de la película suele ser el listillo cobarde. Busca la protección del padrino. Chávez no es el tonto. Es el alcapone más despiadado. En Venezuela, el que llaman gorila rojo es un militar golpista bananero que se ha vestido el traje talar de la democracia. La sacrosanta fuerza del pueblo ha sido reducida a cenizas en una sacrílega pira. El padrino ha decidido. El listillo tonto se guarece a su espalda en aras de falsas ideologías. Aprovechará la primera de cambio para condenar a su protector y alinearse con los más fervientes defensores de la legitimidad constitucional. Mientras, gana tiempo para introducir decretazos.

 

Mamma mia. Lo que nos queda por ver. Dieciocho meses son dos embarazos. Aquí, no. Aquí no hay posibilidad de aborto. La dictadura va a nacer corporeizada en una informe criatura. No importa. La venderán como hija del amor. Del amor y de la paz. Son necesidades de los nuevos tiempos. Mamma mia. Dieciocho meses.

 

Un saludo.

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