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Francisco Velasco. Abogado e historiador

PASTRANADA

La principal base naval rusa en el Mar Caspio es Astrakán. Y qué. Que el topónimo dio origen a la astrakanada. ¿Y? Que la astracanada fue la salida necesaria a la crisis de los sainetes durante el primer cuarto del pasado siglo. Bueno... Que el sainete es una pieza jocosa popular, desarrollada un solo acto que se representaba bien en el intermedio de la función principal, bien al final de la misma. Vale. Que, a su vez, el sainete fue la continuación del entremés propio del teatro del siglo de oro. Lleguemos. Que la astracanada es un entremés llevado a la cima de lo que en Europa se denomina la farsa. Pues me sigo quedando como al principio.

 

No. Verán. A ver si me explico. La astracanada supone la coronación teatralizada del disparate real. El único fin de la piececita es hacer reir. Ja, ja, ja. A base de equívocos o de chistes. Ja, ja, ja. Se configura como una parodia constante. No importa que el argumento resulte inverosímil. Lo esencial es que el personaje principal sea un fresco. Imaginen a Rubalcaba haciendo el papel de Fraga o a Leire en el rol de Santa Teresa del Jesús. O a Zapatero en la piel de Merkel. Al recién fallecido Leslie Nielsen como Obama. O a Mr. Bean haciendo de Teresa Fernández de la Vega. Entremés y sainete, se admiten. Pero astracanada. Ni La venganza de don Mendo glosó con tanta chanza el argumentario de la literatura histórica del gran Calderón de la Barca.

 

Vayamos a un ejemplo más concreto. A la Fuenteovejuna de Lope de Vega. El contenido social y reivindicativo de esta obra teatral no se compadecería con un tratamiento irrisorio de la rebelión del pueblo contra el tirano y frente a la injusticia del poderoso. El barroco del Diecisiete halla en la primera década del Veintiuno su clonación. La cosa no está para mucha broma si bien la burla del Gobierno se instala en lo alto. La mofa del pueblo adquiere tinte rojizo de crueldad inaceptable. Pero si de la crueldad hacen chacota y de la pobreza, befa, entonces la astracanada se impone.

 

Pues eso. Pastranada como astracanada. Pastrana es todo el Secretario General de la UGT andaluza. Dios, qué gran militancia si tuviera el sindicato un Marcelino Camacho. Dios, no. Qué gran líder si la filiación sindical viera más allá de sus narices.

 

Cámaras de video. Don Pastrana ha regalado, por Navidad, y porque le ha salido del forro de sus desvergüenzas, cuarenta cámaras de vídeo -cuarenta puñaladas le den- a los periodistas. Se ha gastado el hombre unos dos millones de pesetas. Lo que ganará para desprenderse de su sueldo. Que no, que lo paga con las cuotas de los afiliados o con una parte de las subvenciones o mire usted debajo del ladrillo. Con más de un millón de parados, el fresco de la pastranada agasaja a los plumillas. Y éstos, qué contentos, los receptan. Qué gracia tiene la chirigota y eso que el carnaval no adviene hasta después de la Navidad.

 

Es que me solazo tanto con la mojiganga que me complazco en el autorrecochineo. Es la ironía hecha escarnio. Qué bien. Ya saben. Ni entremés ni sainete ni astracanada. Ni siquiera zapaterona. Pastranada. El nuevo sub-sub-subgénero es la pastranada. El fresco, Pastrana. La claque, los periodistas amigos. Me parto.

 

Para cómicos como éstos, Aristófanes debió dedicarse al ladrillo. O a la piedra. O al acero. Al titanio, mejor. La dureza facial del pitorreo roza la perfección tecnológica. Sublime.

 

Un saludo.

 

 

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