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Francisco Velasco. Abogado e historiador

CANTONES

 

 Los eruditos de la Española de la Lengua definen el cantonalismo como un sistema político que aspira a dividir el Estado en cantones casi independientes. Hasta ahí, todo bien. Oración enunciativa de carácter descriptivo. Muy bien. Sin embargo, la lengua se desarrolla, no puede ser de otra forma, al socaire de la sociedad. Y la sociedad cantonalizada, con perdón, descubre la existencia en el Estado de un desconcierto político caracterizado por una gran relajación del poder soberano en la nación. O sea, que la soberanía de la nación se disgrega de tal forma, que si se lleva el separatismo a sus últimas consecuencias, el Estado se reduciría a la nada y las más pequeñas comunidades pueden invocar su sentimiento de nación para reclamar su condición y su entidad de Ciudad-Estado. De polis. Como en Grecia. Casi nada.

 

La Primera República Española fue un ejemplo, a no seguir, de decoración musivaria cantonal. Todo un mosaico de ínfimos estados casi independientes. De libre federación. Nada de anclajes. El Estado unitario es, decían, la cuna de la explotación obrera. Anarquismo como filosofía. Asimetría federal como modelo. De Tarifa a Motril y de Loja a Cartagena. Cantones. Si Loja, también Motril. Sentimientos nacionales proyectables, incluso, por qué no, a la aldea más tribalizada.

 

Cantones. La descomposición, -corruptas las raíces por falta de riego democrático-, del Estado de las Autonomías puede conducirnos al fenómeno cantonal libre. Ni federalista ni confederal. Cada uno reduce el comercio al trueque, el capitalismo a la autarquía y la globalización a la subsistencia. Eso sí. Qué felices seremos los dos. Si yo no puedo separarme por las buenas, café para todos. Divide y vencerás. El sentimiento por encima de la razón. La víscera que puede a la reflexión. La resolución ya no precisa motivación. Porque sí. Porque los sentimientos se erigen en columna dórica y en gótico pilar. Sin contrafuertes ni arbotantes. Se sostiene por la ingravidez de sus elementos.

 

Elementos. Tierra, para los sin tierra. Agua, para los sedientos. Aire, que corra sin muros ni fronteras. Fuego, que te quema si los sintierra carecen de agua para apagar el incendio que el viento atiza. Cantones pirómanos y subversivos que mueren en su propia pequeñez reducccionista. En el mundo global, los cantones tienen el espacio de una hormiga en la madriguera de los yurumíes. Microscópico bocata di cardinale. Oso hormiguero que ni siquiera puede degustar tan liviano yantar.

 

Cantones fueron. Cantones pueden advenir. De nuevo. Si España es discutida y discutible, Motril no lo es. Ni Almansa. O Béjar. O Tarifa. Zarrías puede refundar el de Bailén. Leire, el de Alicante. Bibiana, el de Cádiz. Con tal de no bajarse del trono del sátrapa, algunos defenderán cantones como cavernas. Si al menos nos dejaran muestras como las de Altamira. Pero qué va. Aquellos seres humanos sí eran inteligentes. Tanto que sus descendientes formaron grandes Estados. Incluso imperios. Como querían los catalanes en la República. La Segunda. Verdad, Prat de la Riba. Verdad, Cambó.

 

“...ni al combatir al Estado español queremos otra cosa que rehacerlo con equidad y justicia, y con una organización más adecuada y perfecta, dentro de la cual Cataluña pueda encontrar una vida de libertad y progreso” (Prat de la Riba, 1900). Lo que les diga. Si no hay soberanismo, cantones. Lo que sea, con tal de cargarse a España. Lo que sea.

 

Un saludo.

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