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Francisco Velasco. Abogado e historiador

EL FANTASMA GOLPISTA

 

 Larga carrera la del golpismo en la España de los dos últimos siglos. Largo y repulsivo curso de deshonores. Nadie culpe, sin embargo, al espadón de la asonada. El militarote no es sino una marioneta de la poderosa e influyente minoría social que hace del país una colmena de muchos zánganos, pocos obreros y una reina displicente.

 

El golpe del 23 de febrero de 1981 ha sido el último. El último conocido. El último. Ojalá. Esta sucesión de asonadas constituye toda una exhibición de una mentalidad rayana en la propiedad más impenetrable. La casa-nación es mía, dice el elefante del color que quieran. Sólo mía. No sólo la calle. Toda la nación. Todas las calles y plazas son del golpista. Las abre y las cierra a su antojo y a su capricho hace plegar cualesquiera reinvindicaciones del pueblo.

 

Los pronunciamientos de Martínez Campos o de Pavía eran tañidos de la campana de Pavlov. Como aldabonazo férreo en la puerta blindada del Frente Popular fue el frustrado golpe del general Franco. Ojalá hubiese triunfado la iniciativa ilegítima del general ferrolano. Se hubiesen evitado cientos de miles de muertes. El fracaso del alzamiento llevó a la fratricida contienda. Un país no se puede construir sobre cadáveres. Los cimientos del sistema creado desde tan indeseada base conducen irremisiblemente a una arquitectura efímera. Salvo, claro, que la memoria sirva para alejar odios cainitas y siembre, en su lugar, pilares de vocación perenne.

 

El 23-F. Cuánto se ha dicho y escrito sobre la sedición -ahí si se puede hablar de sedición- de Tejero. Tejero fue todo un símbolo de una casta usurpadora habituada a empollar en nido ajeno. Tejero fue un símbolo. Un símbolo y un síntoma. La huella de una manada de dinosaurios que creíamos extintos. La democracia puede poner fin a las algaradas militaristas. Puede. Siempre que, claro, los que tienen la responsabilidad de dar frmeza al sistema y de conferir autoestima a un pueblo marcado por decenas de años en el yugo de una dictadura, crean que la democracia es el poder de la ciudadanía y no la escaramuza nominalista de que se valen para convencernos de que los ciervos disparan a los rifles.

 

El periodista Jesús Palacio -periodista, se mofarán algunos maledicentes- ha presentado un nuevo libro sobre el episodio histórico del asalto al Congreso de los Diputados de hace treinta años. Prologa la obra Payne, historiador de lujo -hispanista mediocre, contragolpearán otros- nada cercano a los mentideros de la política de partidos. Historiador que arropa al periodista y periodista que abre túneles entre la tierra muerta de la ocultación. Tierra para tapar salidas y para inhumar verdades. Las confesiones se guardan en recipientes herméticos pero no hay candado que resista la pericia de un cerrajero hábil.

 

En las desapariciones de personas, suele ocurrir que los más destacados en su búsqueda son los propios secuestradores y asesinos. Tratan de desviar atenciones multiplicando su presencia allá donde un grupo de rescate se congregue. Cuestión de tiempo. La urdimbre del cesto termina por apresar al malvado en su propio laberinto de mimbre. Resquicios escritos u orales dejan pasar la luz o suben el sonido de la delación. Asegura Palacios que la violación de la soberanía popular que perpetrara Tejero fue el fruto amargo de un ataque al neonato sistema dentro del vetusto juego de héroes de basura infiltrados en ese sistema. Los nostálgicos del franquismo no fueron los impulsores del crimen. Detrás del teniente coronel de la Guardia Civil existió una conjura de salvapatrias y comemierdas que predicaban castidad democrática mientras se revolcaban en un burdel con las más infestas hembras de lupanares innobles.

 

Treinta años se van a cumplir. El secreto está en la calle. Se busca alguna clave que permita, de una vez por casi todas, descorrer el manto. La clave no se ha de buscar en desiertos lejanos (Aznar dixit). Más cerca. Mucho más cerca. En los alrededores de la capital. Cui prodest. A los mismos que han utilizado a los controladores como muñequitos de pimpampún para darnos un decretazo de alarma con las bayonetas de la militarización. Justito a ellos. No cabe la casualidad. Determinadas bandas empuñan las leyes con el gatillo fácil de la legitimidad ilegítima que le han dado unas urnas previamente manipuladas.

 

Dicen que cómplices son los que ayudan al autor de un delito antes de que cometa el mismo. Del mismo modo que se cuenta que algunos abogados son los cooperadores necesarios de ese delincuente una vez consumado su acto asesino. En el 23-F hubo protagonistas ex ante y ex post. Muchos de ellos han salido a la luz. No todos. A poco que exploren cuáles son los grandes focos del incendio actual de la España de Calígula Zapatero, descubrirán los motivos de entonces y los de ahora. Ni en 1981 ni en 2010 se justifica una barbarie antidemocrática. Lo que sí se acredita es que son los mismos perros rabiosos con actuales collares más fashion.

 

No olviden que la historia no es lineal ni cíclica. Es dialéctica. Algunos han bebido de Sócrates las "escurrajas" de su filosofía. No son sino los buitres que se alimentan del mal ajeno. En este caso, los que arrebatan la soberanía al pueblo. Golpistas. Fantasmas. De carne y hueso. Entre nosotros.

 

Un saludo.

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