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Francisco Velasco. Abogado e historiador

JACOBINOS Y BOLCHEVIQUES

 

 “Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,/Pero mi manantial brota de manantial sereno”. Hermosos versos del poeta único que Machado, D. Antonio, nos regaló en un soneto inmortal. Jacobina la sangre. Jacobina en cuanto defensora de la soberanía del pueblo y de la indivisibilidad de la nación. Jacobina distinta y distante de la idea de revolucionarios demagogos que llevaron a Francia a cotas de crueldad y de muerte inimaginables. La guillotina y el terror se estremecieron. Hasta el mismo Rey padeció el exacerbado jacobinismo de Robespierre y los suyos. Adversarios fuera. Opositores sin cabeza sobre tronco. Revolución burguesa teñida con sangre noble. Pueblo enfurecido y manipulado. La burguesía busca en el pueblo la dosis de venganza que siempre germina entre los más desfavorecidos. Burguesía demagógica vestida de tules populares. Mentira atroz que manejaron con la sutileza impía que en todo tiempo caracterizó a los no demócratas.

 

 "Quien se arrodilla ante el hecho consumado, es incapaz de enfrentar el porvenir”. Trostky mamó la teta leninista y de Stalin saboreó la amargura de la venganza. Llevar la dictadura del proletariado a su culmen es lo mismo que pasar del precapitalismo al comunismo sin detenerse un tiempo en el escalón de la economía burguesa. Demasiada ascensión en tan poco tiempo lleva, como al buzo inexperto, a la explosión de los órganos vitales. Boom.

 

Jacobinos y bolcheviques irredentos. Sujetos ambos de una concepción del poder -nunca de la historia- que hunde sus raíces en la ambición de sus dirigentes. “Totum sub legs mittere orbem”, decían los romanos imperiales al reclamar el sometimiento de todo el mundo a las leyes. De todo el mundo. En todo momento y en cualquier espacio. La ley como parapeto frente a las dictaduras antiguas y modernas. La ley como imperio en un Estado que congrega en su torno a la ciudadanía y que a los ciudadanos sirve.

 

Albert Mathiez publicó un folleto, allá por 1920, en el que acercaba a jacobinos y bolcheviques amparándolos bajo el manto de la revolución que pudo ser y que nunca fue. Mostraba este historiador francés que la política se teje con hilos de praxis y no con música de utopía. El gran error de los tiranos es creerse que se puede engañar a todos todo el tiempo. Equivocación de maquiavélicos arrogantes cuya soberbia les hace abrir la boca cuando calladitos están más guapos. La presunción, la jactancia y la fanfarronería ha sido seculares enemigos de los tiranos. Se empecinan, antes que después, en enseñar a los pobres la ropa áurea que se ponen bajo la estameña pública. Tarde o temprano caen en las propias redes de su estupidez y terminan siendo víctimas de su propio pecado.

 

Quien quiera que haya llevado a cabo un seguimiento de las obras y de los discursos de Zapatero, podrá concluir lo que quiera al respecto. Sin embargo, salvo que sean tan fanáticos como el protagonista, llegarán al mismo puerto. Que allá donde dijo vía social, terminó siendo vía personal, la suya. Que cuanto defendió una legislación sin decretazos, hizo de esta defensa el peor ataque a su voluntad jacobina. Que en tanto se ofreció como adelantado de las clases obreras, cargó sobre éstas la losa infame de los impuestos, de los recortes salariales, del despido barato y de la burla de los banqueros. Que vertebrar a España en una arquitectura sólida exige que el Estado de las Autonomías no se convierta en la Autonomía de los estados. Que la constitución interna de un país no se puede despreciar en aras de una modernidad falsa.

 

Que Zapatero no tiene en sus venas gotas de sangre jacobina ni en sus meninges alberga neuronas de socialismo. Mentira. Zapatero es jacobino como Robespierre y bolchevique como Stalin. Si no, repasen las hemerotecas o tengan estómago para ver y escuchar sus mensajes públicos. No se puede ser más embustero. Pocos de entre éstos han sido pillados en su cojera moral en tan corto tiempo. Zapatero es uno de estos especímenes. Allá él y su conciencia. Allá.

 

Un saludo.

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