GESTIÓN PÚBLICA
La antigua polémica titularidad pública, gestión privada, es de un simplismo que asusta. Los avestruces tienen un componente humano que nuestra especie no reconoce. Sobre todo en lo que se refiere a esconder la cabeza bajo el ala.
Con el presente artículo no pienso llegar a conclusión alguna. Me limito a formular alguna pregunta y a poner determinados ejemplos. Para que nos respondamos íntimamente sin manifestar nada a los demás.
Verán. Cuando escuchamos los gritos de los sanitarios acerca de la inminente gestión privada de hospitales, los pacientes nos hacemos preguntas acerca de cómo la medida repercutirá en la calidad de atención a nuestra salud. Los profesionales del medio, en cambio, se cabrean porque saben que van a trabajar más, cobrar menos y perder tradicionales prebendas. Las dudas de unos son certezas de otros. Sin embargo, el punto de partida es falso. No es que se tema que los hospitales sean administrados por empresas privadas. No. Lo que duele es que funcionarios de carrera gestionen centros públicos con criterios de gestión privada.
Piensen un ejemplo. Si el director de un gran hospital de provincia cobra un sueldo mensual de seis mil euros por realizar la tarea encomendada, hay que juzgarlo por la eficacia de su trabajo no sanitario. Si organiza a satisfacción de todos, es evidente que su recompensa dineraria es bien corta. Y ello porque percibe idéntica remuneración a la del pésimo director que deja todo pata por hombro. En ambos casos, la gestión es pública. Algo falla.
Pero profundicemos un poco más. Cómo reaccionaría el personal médico más especializado si el director médico de su hospital recibe un salario seis veces superior al suyo. Por hacer bien las cosas. Por ahorrar costos sin perjudicar a los enfermos y sin recortar salarios a los facultativos. Imaginemos que ese hospital funciona a las mil maravillas al tiempo que supone un ahorro anual de seis millones de euros. ¿Valdría la pena o nos revolveríamos contra el intruso que se atreve a poner en evidencia a otros colegas que se limitan a más de lo mismo y a siempre de nunca?
Pensemos asimismo en un director de un instituto educativo que consigue organizar su centro como una empresa de élite, sin restar un euro el sueldo del personal, docente o no, y, al cabo, reducir el presupuesto en un treinta por ciento. ¿Estarían de acuerdo los profesores en que el actual complemento de dirección se multiplicara por diez o montaría en la cólera que la envidia genera? La gestión es pública y la titularidad, lo mismo.
En cuyo caso, me cuestiono si la elección democrática de nuestros representantes políticos les convierte, merced al voto de los ciudadanos, en gestores capaces. Baste, para ello, analizar si el ajuste entre ingresos por impuestos y gastos por realizaciones se corresponde a la necesidad y a la calidad de éstas. Comprobaremos, con asco, que millones de euros se pierden por los bolsillos de los padres de la patria y por las alcantarillas de la supuesta razón de estado.
Termino con el siguiente dardo verbal: ¿qué ocurriría si el alcalde de la localidad equis lleva a efecto un vasto plan de obras en su ciudad con la mitad del presupuesto anual, sin tener que despedir a trabajador alguno? Muchos dirían: no me lo creo; es imposible. Y si fuera posible, ¿cómo no se ha llevado antes a cabo? De otro lado, ¿aceptaría el personal de enfermería que uno de sus miembros hiciera la hazaña de sanear el servicio pero cobrando por ello diez veces más que sus compañeros? Diríamos: algo huele mal. Sin un enfermero gana diez, ese enfermero no puede percibir cien por hacer un trabajo distinto por brillante que sea.
Eso se diría. Y, sin embargo, no es más que una muestra relevante de gestión pública y titularidad pública. Pública del pueblo. No pública de mangantes y golfos que sostienen que el dinero público no tiene dueño. ¿Verdad, doña Maleni? La vida nos pone a todos en la horca de nuestras propias insidias.
Si se recurre a una empresa privada para hacer algo que puede protagonizar el personal funcionario, es porque lo que realmente odiamos es que los privilegios inadmisibles o los derechos adquiridos sigan teniendo la decimonónica carta de naturaleza.
Y no es así. No debe ser así. Ni ayer ni mañana.
Un saludo.
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