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Francisco Velasco. Abogado e historiador

OTEGUIGUREN

 

 A pares. Batasuna nos proporciona noticias por partida doble. Dos al precio de una. Hoy por ti, mañana por mí. Otegui, a juicio. Eguiguren, de testigo. De la defensa. No crean que sus declaraciones vayan a perjudicar al caudillo batasuno. Ni al caudillo ni a los batasunos. Faltara más. Eguiguren es del Partido Socialista de Euskadi por accidente meditado. Sus amigos son poderosos. Cara de bueno a las doce, cara de malo dos horas después. Hoy cena con Patxi. Mañana pasea su serrano cuerpo por el Madrid que Rubalcaba recorre con su porra.

 

Por medio, ETA. Las polémicas abren horizontes que algunos escrutan con interés inusitado. La irrupción de Otegui en la espiral de las elecciones se convierte en el eje del nuevo buenismo. Al Psoe le es familiar su actitud de indulgencia en momentos en que se siente “beau dieu. Del mismo modo que se erige en románico pantocrator si se trata de dar lecciones de justicia universal a la derecha. Que los dirigentes de un bando, de cualquier banda, se muevan por estos tan enlodados terrenos de la demagogia más horripilante, bueno está, se vive con ello como hay que acostumbrarse a la reforma laboral que nos han metido por la fuerza. Ahora bien, que la casta periodística de sí sé qué signo sirva de contrafuerte mediático a tanta mentira política, ya me parece un disparate insoportable en un país democrático.

 

En los estados totalitarios, da igual que sean de derechas o de izquierdas porque el totalitarismo sólo conoce la ideología del poder y ejecuta a los discrepantes, la prensa es la mamporrera del dictador. Siempre fue así y nada va a cambiar en este sentido. Do ut des. Apéndice indeseado de un mundo cruel. Sin embargo, allá donde la democracia es sistema y la ley, imperio, la prensa es la garante de la pluralidad política y de la imparcialidad informativa. Se ve que no. Que ese discurso forma parte de la utopía.

 

Resulta sensacional, por lo repulsivo, analizar los programas de tertulias televisivas. Periodistas del Gobierno que actúan como abogados defensores de los gobernantes. Mercenarios de una guerra incruenta que azota las democracias vergonzantes. Tantos años repudiando la dictadura y, he aquí, que los resabios franquistas tienen huellas tan hondas que los brotes verdes de la objetividad son engullidos por el suelo fangoso del pantano de intereses. La verdad liberadora importa tanto como la mentira que encarcela. El fin es el medio. La mentira o la verdad son disquisiciones maniqueas en un mundo donde el dinero, la influencia y el poder son la trinidad formal del deux ex machina que todo lo ve y todo controla.

 

Oteguiguren es uno aunque parezcan dos. Batasuneta es una porque dos no parecen. Rubalcaba es dos por más que aparente uno. Rubalcaba defiende a Eguiguren y Eguiguren sale valedor de Otegui. Tres por uno que no lubrica, pero sí engrasa. Rubalcabax y Felipex, unidos por Lasa y Zabala, por Marey y Brouard, por fondos reservados (a algunos) y por brillantes formas que se comercian en joyerías caras. Todo forma parte del conglomerado de virutas. Se arrollan en espiral. Como las serpientes pitones. Como éstas, estrangulan a sus víctimas. A veces, de forma física. En otras ocasiones, destrozando su moral.

 

La fe de los españoles en sus gobernantes está hundida en un buen socavón. El oleaje que ha destrozado los paseos marítimos de San Sebastián es un pequeño charco si se compara con el tsunami que está amenazando los cimientos del País Vasco. Nos llevan al descalabro. Descoyuntados, ya estamos.

 

Un saludo.

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