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Francisco Velasco. Abogado e historiador

LAS MUJERES SABIAS

 

Que me perdone Molière por habilitar su título para este artículo. Me he permitido la licencia de modificar el original, “les femmes savantes”, y castellanizar la copia.

 

Las mujeres. Las eternas servidoras. Las grandes olvidadas. Las infelices sin derechos. Poquelin mantuvo este diálogo entre las hermanas Armanda y Enriqueta: “¡Dios mío, qué asco! ¡Casarse! ¿No te das cuenta de lo repugnante que es ese estado? ¿Acaso no te estremeces? ¿Has medido bien las terribles consecuencias de esa decisión?, refería la primera. A lo que respondió la segunda: Las únicas consecuencias que presiento son un marido, una casa, tal vez unos hijos… No creo que eso pueda ofenderle a nadie ni tenga porqué causar ningún tipo de estremecimiento, la verdad".

 

Desde entonces. Hasta nuestros días. Los cambios. Acaso pocos. Más de forma que de fondo. Verán. Cuando niño, escuchaba en cualquier foro de mi barrio, desde las tertulias a pie de umbral de las madres escoba en mano, hasta las conversaciones de taberna de los parroquianos de la edad de mi abuelo o en los sermones de la misa de domingo, la constante llamada a la defensa de la mujer madre y esposa. Trabajar, el hombre, repetían. La mujer, en casa, alentando el fuego del hogar.

 

Cuando cursé el Preu en el Instituto Rábida, los alumnos que procedíamos de la Escuela Francesa, pudimos compartir, por vez primera, la experiencia de la enseñanza mixta. Las chicas estudiantes nos daban para el pelo a los varones que creíamos en la superioridad del hombre en los estudios. Eran mujeres sabias, que no sabihondas. Poseían una madurez  que el sector masculino de la sociedad iba a tardar años en alcanzar. Sus destrezas y habilidades no se reducían a sus excelencias académicas. Destacaban en sentido común, en esfuerzo cotidiano, en competencias básicas, desde las culinarias a las musicales, desde las artísticas a las económicas, desde las domésticas a las mundanas. Ya digo, nos daban un revolcón en casi todas las facetas. Todavía, eso sí, se marcaban el matrimonio como objetivo a medio plazo.

 

Con los años, la vida ha ido colocando a las señoras en una posición complicada. Pocos dudan, a estas alturas del juego, de su capacidad para hacer las reglas y para cumplirlas, para observar hasta el detalle la razón de sus compromisos o para mantener junto a sus parejas el rango de igualdad que sus ascendientes no tuvieron. En todos los niveles de la educación, sobresalen por encima de los hombres. La abnegación, la prudencia y el coraje son inherentes a esta población femenina.

 

Estas conclusiones no son particulares de quien escribe estas apresuradas líneas. Forman parte del acervo de la certeza social. Si a ellas, con sus méritos, se las priva de las becas que, por su tesón, su entusiasmo y su inteligencia se han ganado a pulso, qué tipo de sistema democrático estamos sosteniendo. Comprueben que no he hecho mención alguna al factor económico. Y sin embargo, las mujeres sabias administran su tiempo y su vida con la ciencia del Nobel de Economía.

 

Esta suficiencia molesta. La envidia es, entre los capitales, el pecado más pernicioso. En vez de celebrar que son nuestras compañeras de camino, lamentamos que su espejo refleje nuestra fealdad. A continuación, se recurre a la fuerza. Luego, el concepto. Violencia de género. Qué no. Que no es violencia de género. Es brutalidad contra las mujeres. Por ser más fuertes, más sufridas, más inteligentes y más sabias que los hombres.

 

En esta sociedad hipócrita, la presente y la pretérita, la luz se apaga a base de pedradas a las lámparas. Cuanto más sabias, más muertas. Mundo.

 

No generalices, Paco. No. No generalizo.

 


 

Un saludo.

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