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Francisco Velasco. Abogado e historiador

LAS DOS ROSAS

 

Lo ha dicho Julio Anguita. Hay que descubrirse. Anguita es de las personas ante quienes me quito el sombrero. Que Rosa Aguilar es un problema de mutación en esencia, declaró el califa rojo. Dando en la diana, ha tirado desde muy lejos y la frase, redonda, adolece de malicia. Rosa Aguilar no es una mutante política. Es una tránsfuga ideológica.

 

En Rosa, la señora Aguilar, ha imperado el lado oscuro de las trepas con cara de ángel tímida. Sonrisita de chica buena de las monjas de toda la vida, que esconde ansias y ambiciones impropias de quien se define con ideologías de izquierda. En ella, la definición de Engels encuentra toda su propiedad explicativa. Su zangolotinismo político, que le ha llevado de la paupérrima Izquierda Unida al riquísimo padrino psoecialista, se conforma como todo un modelo de conciencia falsa. Cree que engaña, pero se desvela su escasa categóría ética. Si la ética es el principio que rige los comportamientos individuales, la de Rosa Aguilar causa pena y provoca escándalo entre los comunistas de verdad y entre los que sienten la izquierda como una religión laica en la cual la filantropía es el único modo de sentir y de ser.

 

Doña Rosa Aguilar esconde las espinas y el pico torvo en el disfraz de la modosita de barrio cuya virginidad ético-política comienza y acaba en el ofrecimiento de una propuesta irrechazable. Dejar la alcaldía de Córdoba era más que un sueño. Escalar al piso de lujo que le puso Griñán, una meta inconfesable. Con todo, el horizonte tenía un más amplio alcance. Rubalcaba ha echado los hilos arácnidos en el nido del sevillano San Telmo y ha prendido en su red, de la doble d, a la inocente mariposa. Como quien no quiere la cosa, doña Rosa ya es ministra. Alcaldesa, consejera autonómica y ministra del Estado. De Córdoba arrastró la brujería de siglos, en Andalucía bordó la bandera verdiblanca de la independencia más servil y a España trae los resabios adulterados de una mujer que vendió su ideología por un cargo y subastó su patrimonio ético en una asamblea de profesionales del comercio.

 

Julio, maestro, norte, rumbo, tu brújula, atinada, no ha hilado lo fino que puede y debe. Con Rosa Aguilar, muere un mito tan falso como una moneda de cuatro euros.

 

Rosa. Rosa Díez. La otra Rosa. La líder de UpyD ha seguido un camino distinto. Ha evolucionado la vizcaína. Desde los mullidos aposentos socialistas de Vascongadas a los durísimos catres del partido actual. Camino de bajada, que no de descenso. Sendero ideológico que otorga a las ideas la fuerza que les es inherente. Ética en estado puro. No es mutación en esencia. Es esencia de mujer política y de política hecha mujer.

 

Que ha desvariado, le acusan sus detractores, todos ellos extraídos del nido de Ferraz en el que se desarrollaron los huevos de serpiente de algunos que apoyaron a los escuadrones de la muerte. La propaganda filosoviética de Rubalcaba y de Jáuregui explican el nuevo gazpacho que se cocina en Moncloa. Vuelta a la cloaca felipista de la década de los noventa. Rosa Díez se elevó sobre el poder maléfico. Despreció a los que traicionaron a Redondo Terreros. No se dejó engatusar por la aflautada sirena del todavía inquilino de la Presidencia. Eligió la carretera peor asfaltada. Pero la más limpia. La más asequible a todos. En ella no caben cuotas ni pago de peajes. Que lo tiene difícil, se sabe. Que derrocha entusiasmo, se percibe. Que merece recompensa, sin duda.

 

Dos Rosas. Me quedo con la señora Díez. La otra, para Zapatero. Y ojo, que las águilas suelen volar alto y planear largo. La presa no es el ministerio. Aguilar aspira a más. Puede ser la gran tapada. Sin embargo, Rosa Díez es el descubrimiento. El gran descubrimiento.

 

Un saludo.

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