LA JUSTICIA NO DEBE SER UN CACHONDEO
La frase, atribuida al ex alcalde de Jerez de la Frontera, de que la “justicia es un cachondeo", tiene miga. Miga y kilos de pan. Y toneladas de harina. Harina del costal de la Administración. Administración que se dice democrática pero que no sirve al pueblo. Muy al contrario.
Está muy bien que las normas sean, entre otras características, exteriorizables y coercibles. Está pero que muy bien. Con todo, lo que más connota a las leyes es el ser generales. No basta con que se adecue la conducta con el deber estatuido. Tampoco con que se sancione a quien incurra en desobediencia o desacato. Lo fundamental en un régimen democrático es que la norma jurídica sea general, o lo que es lo mismo, que se imponga a un grupo indeterminado de personas y no se aplique a individuos concretos. Así debe ser. Así, no es. No caben normas particulares ni concretas para personas individualizadas. La abstracción se alía con la generalidad para convertir a la ley en un factor de justicia y no en un arma de segregación.
La justicia no debe tomarse a broma. En cualquier sociedad, el orden se puede mantener y preservar aunque no exista justicia. Goethe expresaba, al respecto, que prefería la injusticia al desorden. O sea, se admite la necesidad de la justicia pero se proclama su prescindibilidad. El orden social puede ser injusto. De hecho, lo es. Sólo podrá declararse justo el orden social que regule la conducta de los hombres a fin de alcanzar la satisfacción y la felicidad de todos. El orden social establece las reglas. En democracia, las reglas tienen su legitimidad en el pueblo. Lo malo es que sus representantes hacen de mangas capirotes y del mandato popular, un corte. De mangas.
Es verdad que la razón no halla una norma de conducta que sea válida para todos. Hay tantos intereses en juego, que la democracia, si el pueblo es la fuerza, debe poner coto al relativismo. Por la propia subsistencia del sistema. El sistema ha de procurar que la justicia sea libre, pacífica, democrática y tolerante. En cuyo caso, no se podrá hablar de un orden social justo en valores absolutos, pero sí de un orden social más justo que otros.
En todo caso, si bien la expresión infeliz ha tenido una excelente acogida y se ha elevado a la categoría de tópico recurrente para criticar a la Administración, poco en común existe entre el concepto Justicia y el Órgano que en España la administra. Poco en común y mucho en disenso. Una justicia lenta, desigual, mal fundamentada y discriminatoria no es justicia ni hace justo al orden social que la sustenta. La Administración Pública, a la que se encomienda la gestión estructural y funcional de esa justicia, es, per se, manifiestamente nefanda. Muchos organismos, muchos jueces, muchos fiscales, mucha teoría y, al fin, caos. Caos penoso del que nos amparamos, para no llorar, en la risita, en el chiste fácil, en la paradoja.
A los Caamaño de turno corresponde poner coto a tanto desmán, a tanta irregularidad, a tanto solapamiento de poderes. A los Caamaño de turno conviene que el caos no desaparezca. En el mismo sobreviven las alimañas y los oportunistas. Sin embargo, el pueblo debe tomar cartas en el asunto. La democracia ha de defenderse de los que toman su nombre en vano.
A qué esa reflexión tan larga. A la diatriba, conmigo mismo sostenida, sobre la huelga general del 29-S. No hubo libertad. Cuando el miedo hace presa, los ciudadanos descienden al subestrato de súbditos. Las mafias se institucionalizan. Las instituciones, piltrafas devienen. Méndez, Toxo y otros individuos de similar catadura moral y política, en la democracia se ciscan. Vergüenza causan.
Un saludo.
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