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Francisco Velasco. Abogado e historiador

VENDEDOR DE HUMO

En algún momento me he referido a José Antonio Alonso, juez excedente, destituido ministro de defensa y designado portavoz psoecialista en el Congreso. Refería entonces que el señor Alonso no tenía más estrategia que la de atacar al Partido Popular. Su pobreza de argumentos rallaba. Rala y atormenta Alonso. Su nivel de mentira resulta torturante. Constituye un hito en la propaganda goebbelsiana. Ah, si se aplicara a este diputado el programa del profesor Skillicorn sobre detectores de falsedades. Alonso es el imperfecto vendedor de coches. De coches nuevos y usados. Alonso no vende. Alonso muerde. Alonso impone. La coz no era de Corcuera. Es un atributo de este magistrado metido a lides ofensoras e insultantes. Se pone Alonso la careta de malo en tanto la máscara de bueno la exclusiviza Zapatero.

 El discurso del señor Alonso con motivo de los Presupuestos -poco- Generales del Estado ha sido uniforme, monocolor, rocoso, carente de sutileza, alejado de cualquier atisbo de humanismo y de humanidad. No puede ser de otra manera. Su miedo a las encuestas revela el temor a perder las elecciones. No defiende las cuentas de Salgado. No. Intima a todos para que aprueben el indefinido y calculado engaño de esta ministra que se ha convertido en el felpudo presidencial que Solbes no quiso ser.

 Alonso recuerda a este articulista, por contrario, el personaje Crispín Klander que creara el humorista Florentino Fernández. Es un Crispín a lo bruto. Exento de ternura. Sin gracia. Infunde desconfianza Alonso. Se espera un garrotazo a poco que te descuides. Obcecado y bellotero. Empecinado y rudimentario. Asemeja los modos del Pizarro andaluz, compañero de fatigas y de bastones. Su verbo no florido redunda en su comportamiento tosco.

 Se aprueban los presupuestos poco o nada generales. Se impone el amaño, el apaño y el daño. No ha vendido un coche. Ha vendido humo. Humo que asfixia. Humo que, a poco que el viento cambie de sentido, va a ahogar a los propios incendiarios. Humo que deja a los ciudadanos ahumados como arenques. Señales de humo.

 Pobre España. En manos de Alonso y de los suyos, nos vamos, los españoles, al pairo. Como un barquito de velas extendidas, que permanece quieto, sin avanzar. Al pairo. Al paro, por supuesto. Al paro, que no cesa de crecer. Y crece. Y crece. Y crece. Pobre España.

 Un saludo.

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