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Francisco Velasco. Abogado e historiador

ÚLTIMOS COMPASES

 

La vida no se detiene un momento. Ayer, el día de juerga. Hoy toca reflexión. Mañana, análisis. La banda de música se apresta a tocar los últimos compases de la consabida cancioncilla. Que si un éxito de la clase trabajadora. Que menudo estropicio han causado los piquetes. Que el porcentaje de huelguistas es diametralmente opuesto según la guardia urbana, a juicio de los convocantes o tras la medida conversora del Ministerio de Trabajo. Los cinco millones de parados se incluyen, por supuesto, entre los que ejercieron el derecho constitucional. Cómo es posible. Ni cómo ni comiendo. Se suman y punto final.

 

Nuestra sociedad se debate en los extremos de la idea, de la acción, del pensamiento y de la simple charlatanería. Decía Camus que, tantas veces, mira a su alrededor y sólo ve a habitantes dormidos despiertos. En ese momento, se ve asaltado por violentas ganas de gritar y de arrancarse el nudo que le oprime el corazón. Como Miguel Hernández, la vida le avienta la garganta. Poco a poco el dormido se despereza y, despierto, se niega a seguir dormitando. Se opone a sí mismo, primero, y entierra los demonios de su jardín particular, después.

 

Es trabajo duro, por desacostumbrado, regir el propio destino. Superar el miedo en épocas de dictadura, supone tarea épica. En democracia, la libertad de expresión abre nuevos cauces de vómito moral. Sin embargo, la falta de hábito impide que el derecho se consolide y que lo consuetudinario se materialice sin obstáculos. Eso, en democracias limpias y transparentes. Cuando la democracia se avergüenza del andén en el que se refugia, entonces la Administración se coloca el mandil de autotutela y realiza piruetas y triples saltos mortales de desviación de poder y abuso de autoridad.

 

Es así. La libertad y el liberticidio son extremos de la misma cuerda que, como soga de Lynch, acaba orlando el cuello de los ciudadanos. Hasta asfixiarlos. La música toca a su fin. La verbena no se puede estirar por más que los últimos bailoteos de los postreros noctívagos persigan que el ritmo no decaiga. Las luces de la mañana ahuyentan a los vampiros. La huelga ha terminado. Para unos, la pesadilla de una jornada interminable, absurda y sin sentido, ha llegado a su fin. Para otros, la fiesta podía extenderse durante horas y días. Total. Todo es dar vueltas. Sin dirección.

 

El Gobierno y los sindicatos han perdido el rumbo. Tiempo ha que navegan sin norte. Al socaire del viento dominante. Rola y rola. La nave, hecha un cascarón, pilotada por un capitán de chiste. Cambio de rumbo, demandan los filohuelguistas. Cambio, sí. Pero a dónde. Hacia atrás, nos aguarda el madero de la UE. Delante, el bosque de icebergs. A babor, los zombies que ha generado el paro maléfico. A estribor, los fascismos de ideologías castrantes de libertades. Cambio de rumbo. A dónde.

 

El cambio es de comandante y de tripulación. Son incapaces de diferenciar las aguas de la dictadura de las democráticas. El pasaje echa la bilis por la boca. Muchos se arrojan al mar. Otros confían en el milagro que nunca llegará. Compases finales de un estribillo imposible: salimos de la crisis, ey, ey, surgen los brotes verdes, ey, ey.

 

Este partido lo vamos a perder. Con este equipo, nada hay que hacer. Las protestas devendrán rugidos. Las manos escaparán al control de la mente. Compases vacíos. Los últimos. La zeta. Se acabó el abecedario de la desventura social y económica. Elecciones, cuanto antes. Si no queremos que los arrecifes sumerjan el pecio.

 

Un saludo.

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