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Francisco Velasco. Abogado e historiador

GITANOS

 

 La historia no se repite. Imposible. Las reiteraciones de hechos, sí. Al igual que los seres humanos conservamos sentimientos de amor y odio no importa cuál sea la época que nos toque vivir, las acciones se reproducen en la fotocopiadora del presente. Miles de copias. Millones. Por más que perfecionemos la máquina, la fotofija no se modifica.

 

Las noticias echan las campanas al vuelo fúnebre. La Francia de la Revolución, la Galia del 68, la nación de las libertades está cayendo en los vicios que siempre criticaron los liberales. Expulsar a los gitanos es una vergüenza. Desterrar a los inmigrantes, otra. Enviar al ostracismo a los discrepantes o a los diferentes, una tercera. Romper el precepto universal de la igualdad entre las personas, y van cuatro. Podríamos seguir.

 

Gitanos y rumanos. Tropezar en la misma piedra. La piedra del fundamentalismo más atroz. El adoquín de la conducta más reprobable. En la España de los Reyes Católicos forjaron la leyenda negra. Judíos a la calle, como si la casa perteneciera sólo a los cristianos. Locura de los tiempos que fueron. Paroxismo del presente. Uno intenta no caer en el pecado del historicismo. Sin embargo, la sociedad de fines del siglo XV sí sabía lo que se hacía cuando los judíos emprendieron su cruel diáspora. Vaya que lo sabían. La excusa era la religión. La causa era la envidia. El motivo, la diferente mentalidad. La razón, ... No cabe razón en el odio o en la envidia o en la maldad. No cabe.

 

Francia ordena expulsar a los gitanos de Rumania. Por ser gitanos y por ser rumanos. La etnia gitana vuelve a vivir las persecuciones que genera el ser distintos. La nación rumana sufre los efectos de la miserable vida de unos cuantos de sus habitantes. Los ciudadanos rumanos gitanos viven con un plus de desigualdad política y social. El racismo brota a borbotones de la herida social que crea la crisis económica. Los ríos revueltos de la política son propensos a criar, entre sus aguas oscuras, pasiones canallas, sentimientos ruines, emociones despreciables, violencias indisimuladas. No falla. La historia es una ciencia social, sin duda. Sin embargo, cuando se tocan los resortes más débiles de la humanidad, entonces surge, como fenómeno exacto y preciso, la violencia.

 

El mullido colchón de las clases medias se resiente cuando la trastienda financiera pierde sus stocks después de haber consumido los productos del escaparate. Los ricos, muy ricos, frente a los pobres, muy pobres, sin que un cinturón social de amplio espectro y de mayor volumen sea capaz de evitar las tensiones del roce entre ambos polos de la sociedad.

 

La invasión de los bárbaros trasciende la idea del Imperio romano y supera el componente histórico de una época determinada. Los bárbaros siempre fueron los pobres de la tierra. Durante un tiempo, sirvieron de mercenarios a los poderosos. Al cabo, se imbuyeron de la realidad de la fuerza y cambiaron las monedas ridículas por la asunción del poder propio. Los rumanos gitanos son los bárbaros de nuestros días. Como los subsaharianos que se asoman por la frontera meridional. O los magrebíes que se mueren en pateras de hambre y sed. Del norte al sur y del este al oeste. Los pobres reclaman un poco de las sobras de los ricos. Éstos son víctimas de la avaricia y, lejos de contribuir a un reparto más equilibrado de recursos, se empecinan en aumentar su caudal.

 

Racismo, no. Gitanos, sí. De Rumania o de España. De todo el mundo. Las exclusiones de seres humanos constituyen una de las lacras heredadas de nuestro pasado. Los franceses no son racistas. Ni los españoles. Sólo que todos, por acción u omisión, participamos de la xenofobia de unos cuantos listos. Gitanos, sí. Racistas, no.

 

Un saludo.

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