PROFESOR NEIRA
En un país de tantos villanos, ser héroe es el mayor error. O ser guapo. O alto. O inteligente. O rebelde. O autosuficiente. Al tallo que sobresale, guadaña que te crió. Hay que rasar. Y si es posible, seccionar de raíz. No sea que vuelva a crecer y, de nuevo, superar la medianía. La mediocridad.
El profesor Neira se comportó como un héroe. En un momento concreto y en un ambiente de gran violencia, Neira actuó como un hombre, o una mujer, diferente del resto. La mayoría nos asustaríamos ante situaciones de gravedad conflictiva y, lejos de mediar, de frenar, de censurar, de reconducir, nos apartaríamos del escenario litigioso y, antes de que se escape un mamporro, nos retiraríamos a lugar seguro para, desde allí, justificar con argumentos miles nuestra cobardía, internamente reconocida. Se comportó como un héroe.
Un héroe, una heroína, nunca es. Esa esencia es imposible de sostener de forma permanente en los seres humanos. Alguna vez, todos podemos alcanzar esa categoría. En mayor o menor medida, podemos, incluso, enorgullecernos de una acción especial y distinguible. La continuidad de la misma nos llevaría a transportarnos de la humanidad a la deidad. Y eso, salvo lapsus mentales preocupantes, no es posible.
El profesor Neira actuó como muy pocos son capaces de hacer. Lo que entusiasmó al respecto de su intervención espectacular, fue la serie de alabanzas que se le prodigaron. Salvo las del atacante y las de la atacada, inmerso el primero en problema presuntamente delincuencial y la segunda en prototipo del síndrome de Estocolmo, las loas se sucedieron. Tantas fueron y tan continuadas, que demasiado tiempo el rosal perduró. Las rosas nacen para ser cortadas. Neira sufrió el sino de la bella flor.
Declararse próximo a ideologías de derecha fue el claxon que encendió la ira de los conductores enfervorecidos por los óbolos ensangrentados que reparte la secta de izquierda. El error de Neira fue alinearse en posiciones conservadoras. La jauría no puede soportar la grácil silueta del ciervo. De manera singular si los perros han sido privados de alimentos durante días.
A por Neira. Si hay que apellidarle Neura, se le apellida. A por él. No actuó en defensa de una mujer agredida por sentimiento de solidaridad con el mundo femenino y feminista. La defendió imbuido de un atávico sentido del patriarcado, del machismo más recalcitrante, de la violencia incontenida del hombre. Eso hay que decir. Y cuanto sea preciso para desmontar la grandeza humana de un hombre que estuvo a punto de morir por ser caballero de una dama desconocida.
La mezquindad de algunos tiene su sede en atalayas de izquierda o de derecha. La envidia y el odio tienen asiento allá donde reina la ambición e impera la ausencia de valores. Los grupos de izquierda no pueden soportar exhibiciones de valentía en un territorio de cobardes donde el más valeroso se hace rodear de una docena de escoltas armados hasta los dientes. Neira, al paredón.
La catástrofe se preveía. El error más nimio iba a costar caro a Neira. Desde luego, hay que reconocer que, en cuanto a errores, ya había cometido varios. Faltaba coronar esa cadena de equivocaciones. A su talante atrevido, radical a veces, incontrolable en ocasiones, Neira sumó un desliz condenable. Conducir bebido es un acto antijurídico. La bebida hace daño a la salud, es sabido. La ingestión alcohólica que realizó el profesor triplicó la tasa mínima permitida por la ley. Error personal aprovechado por las inmisericordes dentelladas de los dobermans que esperaban un mínimo traspiés.
La hecatombe surge cuando los elementos naturales o las conductas personales afloran de manera distinta a lo que cabe esperar de la normalidad. Recuerden ustedes el caso del diputado psoecialista Javier Barrero. Las fuerzas de izquierda lo defendieron a muerte. Las de derecha arremetieron contra él todo lo que pudieron. Entre unos y otros, los desinformados, los opinantes sin fundamento, los sabedores de todo y maestros de nada. Barrero salió, penalmente, indemne. ¿Y moralmente? Para mí, fatal, pero sus circunstancias son bien distintas. Y distantes. Otro día.
Un saludo.
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