ZAPATERO LLORARÁ
Sotto voce, confesó a Iñaki, uno de sus valets mediáticos, que a medida que las elecciones se acercaban, iba a provocar tensiones. Zapatero. El hombre del talante sin talento para el bien estaba dispuesto a tensar lo que fuere menester con tal de seguir en La Moncloa. Eran tiempos difíciles pero bien alejados del hoyo en que hoy se encuentra. Zapatero viene a ser el carterista que aligera el bolsillo ajeno al tiempo que su afligida cara parece compadecerse del despojado.
Permítanme, lectores, un ejercicio de observación. Los últimos tiempos han sido especialmente penosos para la enfermiza soberbia del pequeño presidente pequeño. Los decretazos a estilo de su odiado Aznar le han granjeado la enemistad de millones de funcionarios y pensionistas, que se suman a la legión de quienes, por añadidura, no podían verlo ni en pintura. El escudo antisocial que encontraba en sus cómplices sindicales le ha sido arrebatado, por la misma sensación de vergüenza que él ha tenido para no entrevistarse con el presunto genocida de Ruanda. El paraguas protector de los dictadores de Cuba y Venezuela se ha vuelto del revés como consecuencia del vendaval generado por la deportación de algunos presos políticos y por la exhumación de los restos del libertador Bolívar. El nacionalismo catalán, exacerbado, como no puede ser de otro modo, por el ultramontano Montilla, está levantando polvaredas insanas. La soledad parlamentaria del leonés no deja de preocupar a sus satélites, menos preocupado por la ruina económica que por satisfacer, con los pocos recursos que hay, el ansia sin escrúpulos de los que le prestan sus votos.
Está solo. Zapatero. Más solo que la una. Náufrago de su malicia y cautivo de su ambición. Tan mal le van las cosas al presidente, que -ahí entra el juego de la observación- que sus gestos faciales se suavizan hasta la compasión, sus manos de ablandan hasta el desmadejamiento, sus ojos se tornan acuosos anunciando lágrimas de pena, y su voz se modula hasta arrancarle registros de imploración de socorro. Sus últimas intervenciones públicas en el Debate sobre el estado de la Nación y en el Comité Ejecutivo de Ferraz son un clásico del teatro más estereotipado y más vulgar. Intenta dar el pego como los actores de los cincuenta que interpretaban a las grandes figuras históricas: El Cid desterrado, la reina Isabel abnegada, el Viriato traicionado, el Cristo crucificado.
Observen, observen. Coincidirán conmigo en que las medidas gubernamentales de Zapatero se resumen en una: acentuar el sentimiento del niño huerfanito, ahondar en las emociones que suscita la mujer maltratada, profundizar en las conciencias culposas por los hijos abandonados. Y todo un catálogo de actitudes que persiguen la nobleza a partir de los procedimientos más viles e innobles de los seres humanos. El triunfo de la caridad frente a la justicia.
A este paso y a tal ritmo de decadencia moral, Zapatero acabará llorando en público. Dijo haberlo hecho con ocasión de la victoria futbolística de nuestra selección nacional, con perdón, ante Holanda. Lo dijo pero no se le vio. Pronto tendremos la oportunidad de verlo en directo. Lágrimas de cocodrilo que inundarán los corazones más compungidos. Es el único recurso de mal actor que queda a tan nefasto personaje para no abandonar el escenario del poder. Aunque el teatro arda en llamas, él dejará entre el fuego el mensaje desgarrador de su discurso vacío. Mas siempre se recordará su llanto. Como el beso de Iker a la Carbonero.
Las próximas elecciones pasarán entre los mares de lágrimas de Zapatero. Llorará el pequeño presidente pequeño. Llorará. Es lo único que tiene para seguir. Que le compadezcan. Es una pena. Pero qué le vamos a hacer. Nos ha tocado. Qué cruz. Con perdón.
Un saludo.
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