TERMITAS DEL SEPARATISMO
España está en peligro. Nunca antes, desde 1975, he visto tan mal a nuestro país. Nunca. El independentismo envenena el espíritu de concordia de la Transición. La democracia, ansiada tras cuarenta años de dictadura, asiste a un momento delicado de su todavía joven existencia. El frentepopulismo vuelve a la carga con más ímpetu y con menos escrúpulos. Los resabios históricos resurgen en este maremágnum de cabezas desquiciadas. La primera, la de Rodríguez Zapatero. La primera y la más temible.
Con Felipe González, el Estado sufrió las presiones nacionalistas. Sin embargo, Arzallus y Pujol se cuidaron muy mucho de manifestar su voluntad segregadora. Se limitaron a manifestar su diferenciación en el marco de una España, felizmente, plural y diversa. Nada que objetar pues la libertad de expresión forma parte esencial de los derechos fundamentales que nuestra Constitución consagra.
José María Aznar tuvo, durante sus ocho años de mandato, similar sentido de responsabilidad en este terreno que su predecesor. PSOE y PP actuaron con la sensibilidad propia de hombres de Estado y no como jefecillos de tribus partidistas. Nunca hubieran permitido en Cataluña a un Montilla cualquiera. Jamás hubieran maliciado que, tras ellos, la presidencia del Gobierno español recayera en personaje tan políticamente sociópata como Rodríguez Zapatero. Nunca dejarían en manos de tan nefando gobernante el futuro de España.
Un dirigente se hace líder cuando prescinde de la rutina y se lanza, a tumba abierta pero con paracaídas, contra los enemigos de la nación española. Rodríguez Zapatero se pone del lado de los que procuran la destrucción de España. Cueste lo que cueste, declaró. Me cueste lo que me cueste, remachó. Él por delante del Estado. Él, por encima de los españoles. Él, sobre la democracia. Él, rebanando de una cuchillada su programa electoral. ¿Y Rajoy? Rajoy no es Aznar.
En el momento en que los dirigentes suben al pedestal y dejan de pisar el suelo, -que nunca se ha de dejar de hollar-, creen mutar su carisma de obrero por su aura de patrón. Es un hecho que ha acompañado a tantos prohombres a lo largo de la historia. Rajoy está esperando que otros paseen el cadáver de su adversario político delante del umbral donde espera, sentado, el cortejo. Mientras tanto, el país se desangra. Mala cosa. El vértigo desequilibra hasta el extremo de turbar, de forma pasajera e incluso repentina, el juicio de los más cualificados, el raciocinio de los mejores.
No cabe, ahora, el “perdónalos, Señor, porque no saben lo que hacen”. Sí que lo saben. Zapatero, por acción. Rajoy, por omisión o por diligencia mínima. El mal de las termitas independentistas está más extendido de lo que parece. O la democracia se defiende a sí misma o ella misma será víctima de su propia inanidad. Tiempo al tiempo. Que es poco. Ya verán.
Un saludo.
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