GARZÓN, ZP Y BONO: RECTIFICADOS
Es propio del sabio el rectificar. Enmendar el proceder erróneo, inconveniente o defectuoso caracteriza al prudente, al humilde y al juicioso. La tozudez de los hechos del presidente del Gobierno español alejan a este señor de las cualidades apuntadas. Ni falta que le hacen, me dirán sus incondicionales. Mucha necesidad, arguyen los ciudadanos. Mucha. El hombre sigue, erre que erre, asido al poder legítimo que los españoles le otorgamos en las urnas. Nada que objetar al respecto, salvo que haya mentido. La espectacular modificación de su programa electoral induce a pensar que o nos ha timado a todos o que todos somos tan ingenuos que merecemos a un gobernante como él. Así, si se desvía de su cauce, los votantes tenemos derecho a efectuarle un rectificado, como al motor de los coches.
De similar pelaje es Garzón. La irregularidad detectada en la gobernanza judicial de algunos de los casos que le pueden llevar al banquillo de los acusados -imputado ya está- nos indica que ha podido incurrir en conductas presuntamente delictivas. Su reciente suspensión cautelar refrenda cuanto decimos. El Tribunal Supremo se equivoca como todo el mundo. Garzón, no. El juez del GAL y de la X no yerra. Es normal que se dirija, de su puño y letra al señor Botín en demanda de financiación para unos cursos. Entra dentro de la rutina judicial que no se abstenga en una resolución que dictara a favor del presidente del Santander. Nada de particular en que se dirigiera por escrito, empleando el tuteo, al responsable de una petrolera instándole a contribuir a la realización de los Diálogos Transatlánticos de la Universidad de Nueva York, por él codirigidos. Actuación correcta la suya por más que insignes juristas discrepen y hallen indicios comprometedores contra el jiennense. El Consejo General del Poder Judicial puede rectificar al que se sale de las normas establecidas.
De calaña no lejana a los anteriores es José Bono. El todavía Presidente del Congreso se nos presenta como el paradigma de la honorabilidad política. El más nimio ataque a su honradez semicentenaria le hace saltar como un tigre de Bengala. Su comportamiento es intachable. El de su familia, más. Sus cercanos no son amiguitos del alma. El patrimonio que ha acumulado no admite dudas acerca de su legitimidad. Ni cohecho ni condonación. Cristiano, socialista y español, Bono es calderoniano. Acude, pronto y presto, a la Fiscalía para mostrar su transparencia. A la Fiscalía de Conde Pumpido. A la Comisión del Estatuto del Diputado, no. Al notario, tampoco. En una convocatoria de rueda de prensa, no se lo cree la canalla. Regalos, dádivas, intercambios, sí, pero sobornos, ni hablar. Sus acciones son tan límpidas como el agua del río Tinto a su paso por Nerva. ¿Que son rojizas? Ah. No me lo creo. Compruébelo. Tan fácil como verlo. ¿Y Anticorrupción? Tan sencillo como investigarlo. ¿O no interesa rectificar?
Zapatero, Garzón y Bono. Tres patas para una bancada. Dicen que son hombres irreprochables. Qué van a rectificar si la perfección les adorna. Ellos, no. Los demás, sí. Rectificantes, ni pensarlo. Rectificados, obligatorio. Por vergüenza democrática, rectificados. Los tres. Uno, dos y tres. De Manuel Benítez Carrasco: «Uno, dos y tres/Tres banderilleros en el redondel/Sin las banderillas/tres banderilleros;/sólo tres monteras/tras los burladeros».
Un saludo.
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