CUESTIÓN DE DESCONFIANZA
Después de los tumultuosos movimientos políticos y económicos que nos ha deparado la actualidad de estos días medianeros de mayo, la serenidad no se ha aposentado en nuestro país. Ni de broma. Lo de Garzón ha engallado al personal más fanático de lo que llaman izquierda. Lo de Bono ha provocado nuevos conflictos entre el sector felipista encarnado en El País/Cuatro y el sector zapateril que lideran Público/la Sexta. Lo del recortazo ha sido tan fuerte que ha dejado a Aznar como un santo varón comparado con el golpe de tijera perpetrado por el presidente más pequeño de toda la historia de la democracia. Con estos mimbres tan permeables y con personajes tan malencarados, es imposible que la Bolsa pueda hacer otra cosa que deslizarse entre alambres de espino.
La certeza, la credibilidad, la confianza, la seguridad son los sustantivos claves que procuran la paz social de un Estado. En su defecto, la España de Zapatero y sus mariachis. Es cuestión, pues, de desconfianza. En consecuencia, se plantea el dilema de la moción de censura, más traumática, y la cuestión de confianza, más bonancible.
De la Vega, la gran muñidora del desastre monumental de la política de Zapatero, apuesta por seguir sea como sea. No quiere dejar las cosas a medias. El problema es que como quiera completarlas, la debacle será irreversible. Así, dentro del daño causado por estos mal hechores, será mejor, virgencita, que nos quedemos como estamos. Es preferible que no sigan. Que no nos salven del fuego estos pirómanos consumados. Que este Cuerpo de bomberos se ha formado por la vía del enchufe, sin más preparación que la de la obediencia debida y la sumisión al más puro estilo esclavista. Que no sigan. Que vengan otros.
Si uno tuviera que asesorar a Zapatero, le diría que no a la cuestión de confianza. Sería tan inútil como degollar a un toro con un dentrífico de plástico. Si Rajoy solicitase mi concurso en estas lides, procuraría disuadirle de la moción de censura, por más que tampoco tendría que esforzarme mucho en dicha tarea. Ni cuestión de confianza ni moción de censura. El recortazo ha tenido la virtud de armonizar ambas iniciativas constitucionales. El Decreto Ley por el que se sustrae dinero al salario de los empleados públicos, por el que se congela las pensiones de nuestros mayores jubilados y por el que se suprime el cheque bebé a nuestras mujeres madres, puede ser determinante para advertir que el Gobierno ha perdido el poder y la administración de España. Merkel y Obama han colocado en nuestro país un administrador concursal, por más que, para no hacer leña del arbusto caído, hayan dejado a Zapatero como si.
Como figurín. Como maniquí. Zapatero administra España como un títere cuyos hilos manejan la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional. Cómo van a dejar al presidente pequeño la gestión de tan complejos quehaceres. Ni de coña. El Decreto Ley del recortazo debe ser validado. No se puede olvidar que, en el plazo de un mes, el Congreso debe ratificar su contenido o rechazarlo. En cuyo caso, el recortazo se habría convertido en el golpe de efecto que subsume la cuestión y la moción. Si fuere ratificado, deberíamos conocer el precio a pagar por unos cuantos votos. Cuánto de lo que Zapatero quita a los humildes se destinaría a pagar los despilfarros de algunos políticos sin alma. Si no se valida, entonces Zapatero no tendría más salida que la dimisión. La arbitrariedad de este leonés nacido en Valladolid, con ser ilimitada, no bastaría para culminar la fechoría subisguiente. No sería desplazado por el Parlamento, ni por el pueblo. Sería descabalgado por los acreedores extranjeros, que no se fían ni un pelo de este pequeño mal gestor.
Antes de que le echen, señor Zapatero, váyase con dignidad. No haga como su amigo Garzón. No deje que le suspendan -el cate ya lo tiene- con deshonor. Disuelva las Cortes y deje al Rey que sancione la convocatoria de elecciones generales. Por una vez, sea patriota, aunque nos diga que subordina su interés propio al bien general de los españoles. Pero váyase, hombre. Por favor.
Un saludo.
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