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Francisco Velasco. Abogado e historiador

BIBIANA, LA CUENTISTA

Ya no sabe qué hacer. La señora Aído se estruja las meninges para pensar la bobada más mediática. La ministra de Franco, -digo, de Zapatero; qué terrores lleva el del PSOE a mi subconsciente- me recuerda, por momentos, a doña Pilar, la mandamás de la Sección Femenina. Una y otra bebieron en la misma fuente de ambiciones: la de mantenerse en el cargo y, a este fin, hacer de la ideología un hacha de filo cortante de verdugo medieval. Los extremos se tocan. Doña Pilar y doña Bibiana están más cerca de lo que ellas mismas puedan avergonzarse.


En democracia, los actos provocan respuestas diferentes si bien todas se rebosan en el huevo y el pan rallado de la libertad de expresión. La dictadura, por su propia naturaleza política, reprime cualquier conato de rebeldía, siquiera gestual. Aquella España de Franco nos contaba cuentos que otros escribían. La España de Zapatero -de caudillo a caudillo y tiro porque te pillo- relata historias que el sector más goebbelsiano de su partido se inventa. Hemos pasado del cuento a la historia sin memoria. Doña Bibiana supera, en este menester, a doña Pilar Primo de Rivera.


La jovencísima ministra andaluza nos hace sonreír con sus gracietas de mujer aburrida. No tiene qué hacer en el despacho que le ha montado su partenaire gubernamental. En vez de jugar al golf sobre la mullida alfombra, se distrae, la pobre mujer rica, a falta de otras actividades más fecundas, se distrae, digo, jugando. Sí, jugando. Unas veces, a las palabras y se saca de su imaginario dialéctico lo de miembras; otras, a las casitas, y nos entusiasma su arte al decorar, ella solita, sus públicas y privadas estancias; cuando toca, a las parejas; eso sí, de todo sexo y si son del mismo, mejor; y, por supuesto, a los bebés; en este sentido, resulta herodiana por lo de la matanza de los nascituri. Una joya de madurez, de encanto, de discreción y de savoir faire, esta andaluza quasi adolescente.


Zapatero está encantado con ella. Y ella con él. La afinidad entre ambos es envidiable. Por ejemplo. El presi de España quiere hacerle un roto a la nación desgajando, poco a poco, a Cataluña, y, para menguar el eco de las protestas, doña Bibiana, presta, sube el volumen del altavoz de las memeces y nos transmite el cuento de la Cenicienta o de Blancanieves. Si Garzón tiene pillados a más de uno del PSOE por los congojos, nueva vuelta de manubrio y a tocar otra tecla. Bibiana, entonces, diligente y servicial, lanza a los cuatro vientos su idea de retirar de las escuelas la lectura de los cuentos de Andersen por ser sexistas. Un éxito, oigan. Llama la atención de los incautos, entre los que me incluyo, y, en lugar de fijarnos en los muertos, paseamos la mirada por los enanitos de Blancanieves.


Es toda una cuentista doña Bibiana. No llega a la altura de su mentor, pero la émula camina con paso firme. Érase una vez una dulce niña nacida en el seno de una familia de maestros gaditanos. Bonita y humilde, creció feliz entre arenas limpias y salobres aguas. Quería ser maestra. Se quedó en ministra. Tuvo muy mala suerte. Con las vacaciones que disfrutan los maestros. Algún día encontrará el príncipe rojo -o la princesa morada- que le saque del suplicio ministerial y le ofrezca la vida dulce y rosa que merece esta angelita. Cuando saque las Oposiciones -o si es interina- de magisterio, contará a sus alumnas/os el cuentecito de la ministra abortera o el más famoso de la niña igualitaria. Qué feliz será. Hasta comerá langostas. Ángela de dios. Bibiana.


Un saludo.

 

 

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