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Francisco Velasco. Abogado e historiador

MAQUILLAR LOS MERCADOS

Grecia: capital, Madrid. Atenas, hombre, Atenas. Que no, Madrid. El capital griego está tan devaluado como el español. El Gobierno griego ha quitado al Gobierno español el liderazgo de la mayor ruina económica de Europa. Socialista uno, psoecialista el otro. Papandreu y Zapatero. Un lujo de dirigentes. El heleno no hace sino pedir auxilio a sus vecinos. Se ahoga. El problema es que no le basta uno o dos salvavidas para salir del agua. Precisa un transatlántico. Los flotadores, los ofrece el FMI. El barco ha de ponerlo la UE. Sea como fuere, o se rescata a Grecia o, en su viaje al fondo del mar, arrastra consigo a otros pésimos nadadores, entre ellos, a los administradores (con perdón) españoles y, lo que es peor, a los administrados.


Zapatero clama por el rescate inmediato. Teme la zambullida de Papandreu porque después le toca a él tragarse toda el agua del mundo. Rescate, ya, insiste el economista español que, siete años después de iniciar la licenciatura, no ha aprobado ni una sola asignatura. Eminencia gris el hombre. El psoecialista se pone nervioso. Sobre todo, ahora, que los mercados piden árnica y, en la confianza de recibirla, celebran la efímera subida de la Bolsa.

 

Sin embargo, el mundo al revés. La Bolsa no sube por la curación de la enfermedad de los mercados, sino por la creencia de que el mercado será salvado de las aguas, como un Moisés mercantilista, por los nuevos egipcios de la Unión. Y como Moisés, el mercado, una vez rescatado, volverá a ser líder del pueblo oprimido, de la hecatombe bursátil, de la autorregulación de la naturaleza.


El rescate es una medida temporal, un truco efectista, un cinematográfico efecto especial. La Bolsa puede engañar al mercado, pero sólo un ratito. El que no tiene capacidad de engaño es el mercado. Por mucho lifting al que se someta, por mucho transatlántico que se habilite, el maquillaje es perecedero. Se sigue construyendo sobre terrenos movedizos. Los aviones de la economía son de cartón, como los de Sadam Husseim. El engaño se descubre antes que después. Las consecuencias son escalofriantes.


La deuda es asfixiante. El paro oprime todavía más la garganta. La desconfianza tapona los orificios nasales. El corazón late con dificultad, pero a los pulmones no llega aire. El cerebro se atora. En vez de cirugía, Zapatero recurre a las tiritas o a la descongestión manual. Zapatero no se atreve a reconocer que necesita respiración asistida. Su soberbia es enfermiza. Al igual que su incapacidad como gobernante. Quiere prolongar la vida del enfermo comatoso. Con tal de llegar a las elecciones con un hálito de vida, Zapatero maquilla los mercados e incluso su propia cara. Cara dura. Muy dura.


La fe de vida laboral de España no la firma un notario. No. Maquillar el mercado no es solución. Que Zapatero siga gobernando, un dislate. Elecciones, cuanto antes. Que los expertos pongan orden en este caos que han propiciado estos aficionados que, llenos sus bolsillos, dejan a los españoles con una mano delante y otra detrás.


Un saludo.

 

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