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Francisco Velasco. Abogado e historiador

EL REY REPUBLICANO

  Confieso que no soy monárquico. También que la república no me seduce. De lo que no tengo dudas es de que soy, y me siento, demócrata. Hoy, la res publica apenas difiere de la res monárquica parlamentaria. Tan del pueblo es un régimen como el otro. Sin embargo, lo que sí es una exclusiva ciudadana es la democracia. ¿Habrán leído algún concepto de tal enjundia? Fuerza del pueblo como asamblea de ciudadanos. Soberanía del pueblo. Grandioso suceso.

 Acaso me repita con los del paralelismo Borbón-Romanov. Es posible. Pero siento en la nuca el peligro que se cierne. Conforme el Gobierno y el PSOE se convulsionan en su nadería gestora y se ahogan en su baño-maría ideológico, se acrecienta mi desconsuelo patrio.

 El rey es el Jefe del Estado español. El Estado se legitima en la Constitución y ésta, a su vez, en el refrendo del pueblo. La Carta Magna no deja lugar a interpretaciones. España es, como forma política, una monarquía parlamentaria. Como fondo político, se intitula Estado social y democrático de Derecho. Forma y fondo que se congregan en torno a la soberanía nacional encarnada por el pueblo. Por el pueblo español, señor Caamaño, señora Casas, por el pueblo español. No por los vascos, por los catalanes o los extremeños. Se resalta la unidad indisoluble, señor Zapatero. No discutan esa unidad.

 Las declaraciones de quienes defienden la idea de un Juan Carlos de Borbón como réplica de Simeón de Bulgaria, no son sino muestras de un interés bastardo. Las expresiones, libres, de los partidos de izquierda respecto al deseo de advenimiento de la III República son legítimas, pero deben precisarse. El deseo de los Caio Lara y de otros comunistas de pro no debe confundirse con realidad. Es deseo de unos pocos. Uno desearía que las consignas de Izquierda Unida se convirtieran, alguna vez, en ideologías. Sin embargo, las actitudes de sus dirigentes rozan en la orden verbal en vez de navegar en la idea limpia. Si confunden consigna con idea, cómo no habrán de solapar el deseo con la realidad. Puro materialismo dialéctico de unos mediopensionistas intelectuales que, a falta de recursos y de grandeza moral, prefieren hablar del sexo de los ángeles antes que de los problemas gravísimos que se abaten sobre la ciudadanía.

 El "embolao" en que Zapatero ha metido a Su Majestad con ocasión de la crisis que el Gobierno es incapaz de abordar, constituye una trampa saducea. Una bomba política de efectos letales y previsibles. El descrédito moderador de D. Juan Carlos, debidamente sazonado con la actuación obstaculizadora de la derecha, se servirá como plato envenenado que obre el milagro de olvidar el desamparo económico que padecemos. De nuevo reaparece el fantasma del 11.M. Esta vez bajo la túnica política del alineamiento del monarca con la derecha más ultramontana. El lema de la izquierda hundida y del PSOE vendido reza por esos términos. Queremos la República, dirán. El Rey no ha puesto empeño en arbitrar y ha fracasado en su neutralidad, gritarán en caso de que la crisis persista. Y de lograrse el pacto por la mediación real, el eslogan podrá leerse en otros términos: "el camarada Juan Carlos se arroga facultades de Gobierno que la Constitución le prohíbe".

 No queremos un Rey absolutista y anticonstitucional, difundirá en grandes titulares la prensa de extrema izquierda. D. Juan Carlos, como Alfonso XIII o como Isabel II, está propiciando un golpe de Estado encubierto, aullarán los medios del pesebre psoecialista. Trampa saducea. Ni contigo ni sin ti, tienen mis males remedio. El Rey cayó en el charco de lodo que sus enemigos le habían preparado para que el batacazo fuera irreversible.

 Majestad, no pise esas aguas. Resbalará y el trompazo herirá el corazón mismo del sistema. La ambición del PSOE y el complejo de IU quieren destruir la monarquía. No porque se sientan, realmente, republicanos. En absoluto. Con la República actuarían de modo similar. A ellos lo que les va es la dictadura. La tiranía. El totalitarismo.

 D. Juan Carlos, niéguese a ser rey republicano. Su función y su labor descansan en la Constitución. Mande bien lejos, con toda la cortesía, eso sí, a quienes se esfuerzan en montarle en el caballo golpista que ellos mismos criaron y alimentaron. Bien lejos.

 Un saludo.

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