BOLSA SIN VIDA
Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo. Así se expresaba, según la leyenda, Arquímedes de Siracusa. Un punto de apoyo real. Muy real. No ficticio. Con la palanca, se mueve el mundo. El problema es el punto de apoyo. En su hallazgo reside el éxito. El punto de apoyo es la credibilidad. El crédito. El crédito, no entendido como préstamo (que sería una consecuencia) ni como una deuda (otro efecto). El crédito en su acepción de confianza hacia una persona en la seguridad de que va a cumplir los compromisos que contraiga.
Le voilà, que dicen los franceses. El quid de las operaciones bursátiles radica en la certeza, no exenta de riesgo, por los valores a los que se apuesta. Es como el póker. Cabe el farol y, a veces, se gana. Son las menos. El triunfo lo proporciona la confianza en la gestión y en la seguridad del producto. Cuando una empresa cotiza en bolsa, debe descubrir el cofre de su estado financiero. Revelarlo sin cubrirse, sin alterarse, sin contaminarse, sin simularse. Esos informes son la llave matarile que precisa la Administración reguladora para desarrollar su función de control y que necesita el interesado para asegurarse la dimensión de su juego. Si los estados financieros se maquillan o, simplemente, se someten a la cirugía de la estética, la desconfianza se apodera del mercado.
El petróleo muerde la economía. Hasta qué punto. Los fabulosos beneficios de las empresas petroleras están disminuyendo. ¿Cómo es posible si el oro negro es la fuente energética por antonomasia? ¿Es que ha descendido la demanda de ese carburante? La respuesta es no. Un rotundo no. Las petroleras distribuyen y surten, pero tardan en cobrar. No hay un euro en las empresas suministradas. Los préstamos, por los suelos, dada la morosidad rampante. Los bancos se retraen y contraen. Los promotores compensan su descalabro entregando miles de viviendas a las entidades que las financiaron. La industria, en retroceso. No hay crédito porque hay morosidad y hay morosidad porque no hay palanca.
Fallan, pues, la palanca y el punto de apoyo. No hay, entonces, movimiento. La quietud económica es el vicio del estancamiento muscular del mercado. Un mercado atrofiado termina su vida en la quiebra técnica. Como los Függer en la Edad Moderna. No hay pulso. No hay vida. Las oscilaciones del mercado (sube poco y baja más) hacen pensar en una cierta salud del paciente. Sin embargo, los latidos no son nada firmes. El cliente no pone de su parte. El hospital carece de medios. Los médicos no se atreven. ¿Y el regulador estatal? Ni está ni se le espera. No está porque no tiene credibilidad ni inspira un poco de confianza futura. No se le espera porque, de venir, el estropicio sería de campeonato.
Bolsa sin vida. Actuación inane. Regulador oculto. Se espera el milagro de la reactivación. El milagro. A ver si Zapatero, en su oración obamaniana, reza lo bastante. Mas no tiene fe. Lo mismo que le ocurre a la economía española con él. Ni un ápice de confianza. El gerente del hospital es, a la vez, el cardiólogo jefe. No hay nada que hacer. Salvo un desembarco electoral que traiga aires nuevos y gestores valiosos. Que no, al garete nos vamos todos. Si el mercado languidece, la bolsa se queda sin vida. No es la bolsa o la vida. Es la bolsa sin vida.
Un saludo.
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