EL GORDO Y EL FLACO
Por antonomasia. El Gordo siempre fue Oliver Hardy. El flaco, Stan Laurel. Hollywood creó, en el período de entreguerras, a unos personajes capaces, en la ficción fílmica, de revivir el sueño americano de la justicia universal. El supermán hecho calamidad. Pero supermanes que permitían albergar esperanzas en un mundo triste y apagado. Pocos años antes, la crisis de 1929 había roto la locura de los años veinte y se había llevado, incontenible vendaval, la euforia desmedida creada por los malignos vendedores de humo.
El gordo y el flaco simbolizaban el valor, el optimismo, la superación, la ingenuidad, la sempiterna lucha contra los reveses de la vida. La amistad de estos dos esqueletos antagónicos representaba el movimiento que genera la lucha de contrarios. La humanidad que desprendían estos tontos tan tontos compensaba la miseria que atenazaba a gran parte de aquella sociedad malherida por el paro, la inseguridad y la miseria. No importaba su apariencia ridícula, su astucia ausente o su falta de habilidad manual. No importaba. Era su propio físico el mayor rival de la pompa, de la soberbia, de la furia, de la dominación, de la intolerancia. El accidente de la vida se imponía a la vida accidentada. La realidad de la vida nunca fue desautorizada por la irrealidad del cine.
Cuando escribo este artículo, acaba de comenzar el sorteo de El Gordo de la Lotería Nacional. Millones de españoles estamos pendientes de los sonsonetes de unos bombos llenos de bolitas, de los canticios de unos chicos pobres y de las participaciones adquiridas en el supermercado, en el bar de Manuel o al lotero ambulante. La ilusión se adueña, por un rato, de todos. La decepción se camuflará en el mar infinito de los no afortunados. El gordo y el flaco se suceden sin solución de continuidad.
Si no me toca, diré lo que siempre pedimos a la vida cuando el metal no nos es propicio: salud y amor. Al menos, salud y amor. Que ya es un gordo excepcional. El dinero es el flaco. Lo que pasa es que, en la vida real, el perdedor flaco de las películas era el mandamás fuera de las bambalinas. Una vez más, la vida misma.
Mis felicidades a todos. Que no alcanzamos la pasta que pretendemos, conservemos el amor y la salud que nos animan a seguir viviendo. La vida es maravillosa, como decía el singular Andrés Montes. Lo es, Andrés. Puede serlo y lo es.
Gordos y flacos. A todos.
Un saludo.
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