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Francisco Velasco. Abogado e historiador

EL AVESTRUZ RAJOY

La gran habilidad dialéctica de Rajoy se manifiesta en una pequeña estancia física por más que sea una importante caja de resonancia: el Congreso. Fuera de ese contexto, el presidente del Partido Popular incurre en el pecado de aquéllos que son sociables pero no frecuentables. Es decir, de aquellos inhabituales parroquianos de bares y tabernas que, poco dados a alternar, se toman cuatro "carajillos" mientras sus acompañantes siguen consumiendo el primero. Así viene el punto y, después, adviene la "tajá". Es cuestión  de práctica y ésta precisa, como todo, de ejercitación.

 Si se saca a Rajoy del hemiciclo o de las plazas de confianza donde el auditorio ya acude entregado, se muestra torpe como un pato "mareao". No es que Rajoy sea cobarde. Lo que le pasa es que su centro de acción es endogámico, como muy afín es su círculo de amistades. No es que rehúse abrirse a otros foros más populares, Lo que le ocurre es que allí donde la conversación no sea dirigista, naufraga porque su discreción le lleva a la actitud contemplativa. No es que sea prudente. Lo que sucede a don Mariano es que su inteligencia, indudable, se cuece en el análisis factorial. Es decir, sobresaliente en algunos aspectos pero apenas suficiente en otros.

 Esta exposición circunstanciada de algunos síntomas de su carácter, carecería de mayor relieve si el señor Rajoy fuera un simple registrador de la propiedad o un funcionario al uso o un carpintero de ribera. Mas como quiera que el señor Rajoy es el líder del principal partido de la Oposición, la notoriedad del síndrome no puede desdeñarse. Se trata de arrebatar el Gobierno de la Nación al Partido en el poder y, en esa procura, gobernar con la finalidad de servir a la ciudadanía. Fernando VII no lo tuvo tan fácil para reinar.

 En medio del oleaje que levanta la crisis económica y moral que padecemos, a sabiendas de que el capitán Zapatero no reúne las condiciones de mando que requiere la gobernanza de una nave, cuando todo parece indicar la inminencia del naufragio y el pasaje se aferra a los salvavidas, el señor Rajoy, a verlas venir. No puede ser, hombre. Hay que levantar la voz. Hay que advertir el peligro. Hay que hablar con la gente. Con tripulantes y tripulados. Con financieros y financiados. Con empresarios y empleados. Hay que animar el cotarro. En los camarotes, en los salones, en la cantina o en la cubierta. A cielo despejado o bajo una gran tormenta. Por doquier.

 El filo de una navaja es la frontera que separa al prudente del cobarde. Límite a veces imperceptible por su estrechez. El miedo al fracaso acrece a medida que se tienta el éxito. Sin embargo, cuando este triunfo inminente obedece más al demérito ajeno que al valor propio, entonces, Mariano, se incurre en la cobardía. Se deja de ser prudente para volverse cobarde. Sin paliativos. Es, señor Rajoy, la reedición de la política del avestruz. Con lo que de Guatemala se puede llegar a Guatepeor. Navegante, considérese avisado.

 Un saludo.

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