AGORAFOBIA
Vaya por delante. Que he visto toda la filmografía de Amenábar, desde Tesis hasta Ágora. Que reconozco en él a un cineasta inteligente. Que tengo en alta estima su categoría humana. Que es un gran vendedor de películas. Que muchas cosas más y todas positivas. Todo ello, por delante.
Dicho lo cual, tengo que confesar mi decepción por su última obra. Ágora es un ejemplo, a no seguir, en tantos aspectos: de cómo la sencillez se rinde a la pretenciosidad; de cómo la megalomanía de un escenógrafo arrolla la humildad de una historia; de cómo un relato toma, en palabras del maestro Lázaro Carreter, el texto como pretexto; de cómo el dinero no asegura la calidad; de cómo las ideas sucumben ante las ideologías; de cómo la ciencia niega la razón; de cómo la fe se despeña ante la religión; de cómo la película se convierte en un mal documental; de cómo el emperador no se da cuenta de que se exhibe desnudo...
Desde la primera a la última escena, este articulista ha visto la cámara de rodaje y al personal que tras ella se sitúa. Ni Hipatia ni Orestes ni tantos otros son creíbles. Ni el rugir del sensurround atenúa la verdad de la vista que denuncia el apogeo del cartón piedra. Ni la belleza de algunos escenarios tapa la mediocridad de los paisajes urbanos. Tampoco el multitudinario elenco de "extras" reduce la sensación de pequeñez fílmica. En modo alguno, la película se impone sobre la expresión teatral. De igual manera que los personajes principales dan vida a arquetipos mentales en vez de representar la naturalidad de seres humanos de carne y hueso. Desde un punto de vista de la concepción cinematográfica, Amenábar cae en el defecto de libro que enseñan en las escuelas de cine: la artificiosidad más lamentable.
Y qué decir del contenido. Efectuar una crítica, aunque fuere somera, del mismo,ocuparía folios y folios. No es posible. Me centraré, por tanto, en dos argumentos prioritarios.
En primer lugar, el tema como problema de la aculturación. Entender, desde los postulados del presente, la oposición ciencia-religión o razón-fe, es un pecado intelectual que no puede cometer un tipo tan valioso como Amenábar.
En segundo lugar, el tema como problema de la escasa fundamentación moral del relator/director. Poner en boca de Hipatia un mensaje propio es un acto cobarde. Hipatia reprochaba a sus discípulos convertidos al cristianismo, por supervivencia o no, su fe del carbonero frente a la eterna duda de la persona que busca la causa de todas las cosas. Sin embargo, Hipatia no comprendía, en su ceguera astral, cómo era posible que hubiera seres humanos amos y esclavos. Los árboles celestes no le dejaban ver el bosque estrellado. Decía el insigne León Felipe: "sistema, poeta, sistema; empieza por contar las piedras; luego contarás las estrellas".
Para amoldar el artículo a su dimensión formal, concluyo. Amenábar ha perdido 50 millones de euros en esta película por más que la inversión se recupere con creces desde el punto de vista financiero. Incurre el excelente director en su propia denuncia. El fundamentalismo es un mal a extinguir. El suyo es comparable al de los parabolanos que condena y todos condenamos. Ve Amenábar la paja en ojo ajeno, acaso porque siente la viga en el propio. Una pena.
Como historiador, le adelanto que la religión cristiana -seamos creyentes, o no- abolió la esclavitud y, con ella, puso fin a la economía esclavista del Imperio romano. Y gracias a ello, la igualdad entre los hombres se hizo realidad. Con todas las imperfecciones, pero realidad. Ni siquiera la revolución francesa aseguró la igualdad jurídica. Y menos las constituciones democráticas actuales. En esa diatriba nos encontramos.
La historia como confrontación de buenos y malos es maniqueísmo de baja estofa. Demasiado simplistas el fondo y la forma para tan gigantesco -como el colosalismo de las construcciones greco-egipcias- proyecto. Un fiasco. Un enorme fiasco.
Un saludo.
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