EL PULSO/BESO TRANSILVANO
La moral debe ser el principio rector de los comportamientos individuales. La aprobación de la nueva ley del aborto no parece haber sido alumbrada por ese principio. Por el contrario, se promulga impulsada por motivaciones de ideología política de un sesgo poco edificante.
Este articulista suscribe, sin embargo, el contenido de la Sentencia del Tribunal Constitucional que argumenta lo siguiente: si se protegiera incondionalmente la vida del nasciturus, se protegería más la vida del "no nacido" que la vida del nacido. Ello comportaría una penalización a la mujer que defiende su derecho a la vida. Servidor considera prevalente la vida de la madre, por más que desprecie a quienes hacen norma de la excepción y del problema, negocio.
Dicho lo cual, permítanme un brevísimo comentario sobre la actuación política de Zapatero y su tropel de ministros y paniaguados asesores en relación a esta ley del aborto. Hacia el año 1995, acuciado por los gravísimos problemas de las GAL, de FILESA y de tantos otros escándalos psoecialistas, sintiendo en su cogote el aliento juvenil de un Aznar que se postulaba como presidente del Gobierno, en vísperas de la cita electoral de un año después, Felipe González pronunció -al menos se le atribuye- una frase de este tenor: "quien me echa un pulso, lo pierde". Lo perdió. Al cabo, lo perdió.
La arrogancia de Felipe halla su continuidad en la soberbia de Zapatero. Si he designado ministra a Bibiana, en ella delego mis caprichos. Si mi capricho es promulgar una nueva ley del aborto, Bibiana no es sino la prolongación coyuntural de mi ego. Si yo digo, no cabe réplica y, menos, rectificación.
La Ley se aprueba tal como se proyectó. Así lo digo y así lo hago. Cuanto informen el Consejo de Estado, el Consejo Fiscal, no me vinculan. En cuanto a lo que la derechona opine, oídos sordos. Si las niñas quieren abortar, podrán hacerlo sin que ni siquiera sus padres coarten su decisión. Eso sí, si las niñas quieren preservar su intimidad, hay que respetar su voluntad porque son menores. Menores. Menores de edad. Menores mentales. Menores.
Decía Einstein que "la palabra progreso no tiene ningún sentido mientras haya niños infelices". Un estadista busca en el progreso la felicidad de los niños y en la felicidad de los niños, el progreso. Un desalmado persigue el progreso aunque, a ese fin, tenga que convertirse en el Herodes de los que han de nacer.
El señor Zapatero ha ganado el pulso. Resta por ver si la copa de hiel de esa victoria le resulta indigesta. Su prepotencia sin límite disfraza/esconde su mentalidad gótica siniestra bajo un traje sastre de apariencia burguesa y una sonrisa beatífica. Ojo al beso del conde de Transilvania.
Un saludo.
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