CONSUMID, CONSUMID, MALDITOS
El título no es sino una variación simplista de la famosa película de Sydney Pollack: "danzad, danzad, malditos". El film, magistralmente interpretado por Jane Fonda, se desarrolla en los años de la Gran Depresión. Constituye un canto -aunque algunos prefieran sustantivarlo como crítica- al ser humano en momentos extremos de emociones insuperables, al borde del colapso sentimental y en el marco de una sociedad anímicamente derrotada. Acaso el horizonte sólo sea el suicidio en su dimensión individual y colectiva a causa del peso de la soledad y del desamparo que sobre ellos gravita.
Danzad, danzad, malditos. Consumid, consumid, malditos, alentaba Zapatero a los españoles para aventar el fantasma de una crisis que no reconocía pero que, como las meigas, existía y existe. Tiempo de angustia. Años de incertidumbre. Meses largos de zozobra. Malas fechas. En la película de Pollack se animaba al esfuerzo más denodado -aunque fuere como espectáculo cruel- para alcanzar unos pocos dólares con los que sobrevivir. En el mensaje de ZP se alentaba a gastar como única forma de sacar a la economía del batacazo que se preconizaba aunque públicamente no se admitiera. La consigna zapateril comportó tal grado de inconsciencia que pudo conducir a muchos españoles a seguirla a sabiendas de que los días venideros amenazaban con males apocalípticos: cierre de empresas, aumento del paro, incremento de la morosidad, pérdida de poder adquisitivo, déficit global de la economía,...
Nadie se ha preguntado el número real de afectados por la consigna de Zapatero. El Instituto Nacional de Estadística, controlado por el Gobierno, no ha iluminado al respecto. El principal partido de la Oposición tampoco ha indagado sobre el particular. Pero perjudicados por seguir una idea disparatada, haberlos, háylos. Que la economía estaba muy mal cuando ZP invitaba al consumo, es dogma, y no de fe precisamente. Que el desempleo ascendía a cifras astronómicas, es axioma. Que de la inflación se iba a pasar a la deflación, es tesis. Que la situación socioeconómica se ensombrece por días, es vox populi. Que el nivel de gasto público -infundado o desaconsejado al menos- se sale de madre, es clamor público y publicado.
La idea de consumir es, en principio, buena. Pero el consumo no se ha de entender como la panacea pues si se realiza de manera inconveniente, los resultados pueden ser estremecedores y tumultuosos. En este sentido, hay que tener en cuenta que un ciudadano consumirá en función de una serie de factores. Estos factores son, en lo esencial, tres. En primer lugar, la renta; si los españoles engrosan las listas del paro, sus rentas decaerán y la reducción de sus ingresos no invita al consumo. Lógica aplastante. Pero ZP, a sabiendas de lo que se nos avecinaba, decía: consumid, consumid, consumid. En segundo lugar, los precios; a medida que los precios bajan, y están bajando, se insta a consumir; muy cierto, pero si se suben los impuestos, y están subiendo, se agua la fiesta del consumo. En tercer lugar, los tipos de interés; la verdad indiscutible es que están descendiendo estrepitosamente; pero igual de verdad es que es tal la morosidad, tal la incertidumbre, tal la remisión de los bancos a conceder créditos, que pasa como el que tiene un tío en "Graná", que ni tiene tío ni tiene "ná".
Para terminar, un dato. El déficit comercial, por las nubes; bajan las importaciones y, en mayor medida, las exportaciones. La inseguridad acarrea desconfianza y ésta, retraimiento. Si nos retraemos y el consumo sigue a la baja, las empresas reducirán su producción para tratar de mantener los precios; mas si pese a esto, los precios bajan, lock out que te crió. Con este Gobierno, la seguridad política, económica, social y hasta cultural no son posibles. Como reiteraba Aznar a Felipe, la salida es que ZP se vaya. Cuanto antes. Como no somos malditos -más bien, benditos por crédulos e ingenuos-, consumamos sólo lo que podamos. Lo que podamos.
Un saludo.
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