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Francisco Velasco. Abogado e historiador

LENGUAS DE DOBLE FILO

 

Los medios desatan las interpretaciones. La verdad de los hechos es la mantequilla que se corta con el bisturí de los traductores y que se asa en el fuego de los malos intérpretes. Cuestión de traiciones y de sensibilidades.

 

El asesinato de la presidente de la Diputación de León ha levantado miles de frases de desconsuelo y de contento. A partir de estas últimas expresiones, se ha querido levantar el muro censor de la apología del crimen. Si en el marco de las redes sociales, se ha de sancionar a quienes se hacen partícipes de las vísceras malignas de su odio por la muerte de determinadas personas, estamos aviados. Podremos hablar de mezquindades y de malos rollos personales, pero lo que se dice delito, o falta, no lo contemplo. Pero ahí están los jueces y el principio “iura novit curia”.

 

Marco distinto es el de los intérpretes de los hechos. Me llama la atención la fragilidad argumental de los analistas políticos, tertulianos que gritan en el plató de la televisión que les contrata a cambio de unos pocos euros. No me sorprende su falta de objetividad, que a la vista y al oído están. Lo que me repugna es la doble moral de estos apóstoles de la fundamentación diabólica. Les vale dios y, si les pagan mejor, el propio diablo. Lo de menos es el mensaje. Lo esencial es que el personaje sea elevado a los altares o enterrado bajo la roca madre, según su acercamiento ideológico-monetario.

 

Las críticas a la presidente de la Diputación han sido tan despiadadas que uno, en su buena fe, quiere creer que se trata de verter en el ánfora de la imparcialidad el licor de la libertad de expresión. Sin embargo, ni buena fe ni nada. La buena fe de algunos se constata a partir de las palabras. De alguna manera, se quiere justificar la muerte de una mujer que es política, que ha ejercido numerosos cargos institucionales, que se ha ganado las antipatías de muchos y que, además, miren ustedes por dónde, es del Partido Popular. Esta última circunstancia se convierte en definitiva y en definitoria. Al ser de derechas, los pecados gubernamentales conducen directamente al infierno de la maledicencia. Los bocazas que desean el mal a la fallecida no pasan de ser personas indignas y bárbaras. No incurren en tipo penal alguno, considero, pero el veneno que expelen es un poderoso enemigo que anida en su interior.

 

Si los tuits de la alegría por el mal ajeno no son delito en este caso, habrá que convenir en que no lo serán en suceso idéntico. De la misma manera que no entran en esta categoría las alabanzas escritas u orales a dicha señora. Libertad de expresión. Porque, en fin, son discursos ex post al hallazgo del cadáver.  Acordarse de dictadores reconocidos, para bien o para mal, forma parte también de la asignatura libertad. Para bien o para mal.

 

Con todo, el meollo del asunto no es el mensaje sino el mensajero y, especialmente, el sujeto paciente. Me pregunto si quienes lanzan diatribas a favor de la muerte de esta mujer y se escudan en su derecho fundamental a decir, se mostrarían tan cautos y permisivos, tan tolerantes y comprensivos, si los dardos de la muerte se dirigieran a los ídolos de su partido, de su federación, de su familia o de su proximidad ideológica.

 

Me comentaba un viejo amigo qué trato dispensarían los exégetas del sálvame político de la sexta, la quinta, la tercera o la cuarta, si el muerto fuera una figura solemne de la izquierda de caviar y los comentarios ácidos se produjeran contra los robos que perpetró en vida o contra las maldades que consintió durante su mandato. Delito, reclamarían presos de la furia satánica del obseso talibán. Delito. Y, por si acaso, la horca, al más rancio estilo yihadista.

 

Lenguas de doble filo. A favor y en contra del aborto, de la eutanasia, de la democracia, de las leyes. Todo vale. Lo que no es admisible es que los argumentos a favor de la democracia se defiendan igual en Estados Unidos que en Venezuela, en Gran Bretaña que en Ruanda, en la España del setentayséis que en la España del setentaynueve. Lo que no se traga es que los robos de la derecha sean más latrocinio que los de la izquierda. Ni que los terroristas del GAL fueron más buenos que los de la Triple A. Pues eso.

 

Un saludo.

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