MACONDO NO MUERE
La vida de García Márquez pulsa el botón de alarma. El genial escritor parece cruzar los brazos en señal de despedida. Sin embargo, Macondo palpita a toda marcha.
Cien años de soledad son un segundo en el universo mágico del colombiano. Un abrir y cerrar los ojos antes de comprender la grandeza del cambio. Un crisol que funde lo imaginario en la realidad. La religión como vínculo milagrero con el realismo mágico. La ciudad que relaciona el mundo de los muertos con el universo de los vivos.
Acaso por ello, Gabriel es un punto sobre la i del ingenio creador más cervantino. Su Buendía real, Fidel, mantiene las hechuras del gran patriarca. Por más que Vargas Llosa le arreara la tilde de lacayo del comandante cubano, la verdad de su vida se mide por la frustración de sus personajes. Y si no se entienden, se imaginan. El caviar que el Nobel degustaba no era sino migas del bacalao más barato. Y el caro champán con que daba gusto a su sibaritismo gastronómico, ni siquiera costaba lo del vino peleón y pesetero de las tabernuchas de pueblo.
Gabriel se nos va. Macondo se queda. El autor se diluye en el agua bendita de su obra. Menos mal que las biografías nunca recogen la distancia entre emociones.
Un saludo.
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