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Francisco Velasco. Abogado e historiador

LAS TAPADERAS DE LA OLLA PODRIDA

 

 Grisham publicó una novela que bajo el mismo título de “la tapadera” fue llevada al cine en 1993, dirigida por Sydney Pollack. Tapadera como pieza que que se ajusta a la boca de un puchero o de una tinaja o de un pozo. Tapadera como persona que sirve para encubrir o disimular algo. Tapadera como fórmula de ocultación de vistas, olores o gritos. Tapadera de ollas podridas.

 

El supercatalanista e hiperindependentista Jordi Pujol, hijo, -del papá ni siquiera hablo-, es un multimillonario que ha amasado una fortuna a base de negocios cuanto menos extraños. Al parecer, sus fondos se esconden en paraísos fiscales controlados por algún testaferro que asume los riesgos de las operaciones a cambio de comisiones indecentes. Cuanto más mimetizada la tapadera con el cerramiento cerámico o metálico, más hermético el contenido. A mayor habilidad del sujeto que cierra la vasija, más dificultad para descifrar su contenido. Y si el monigote de oro encuentra un zulo bancario ideal, la jugada es maestra. Me da igual que sea Suiza o Panamá. LO importante es que nadie descubra el caudal.

 

 Por su parte, los dirigentes andaluces de la UGT –y de los nacionales poco voy a decir porque todo se sabe- andan enredados en una carrera meteórica para taponar los efluvios mefíticos del cántaro descomunal de la malversación de dinero público. Una cosa. Pastrana ha dejado a los andaluces una herencia y un legado. La herencia, millones desplazados al servicio de sus compañeros de banquetes. El legado, la obligación de presionar a la Junta para que sean los andalucitos de a pie quienes paguen los platos rotos del desaguisado sindical. Decir que los pagos de los expedientes de regulación son legales, es tanto como afirmar que la Cibeles se esculpió en el Pleistoceno o que la Dama de Baza fue obra del siglo XX o que España limita al sur con los Estados Unidos de América.

 

Si hay que tapar, se tapa. En Cataluña, el escape del tres por ciento se rellenó con miles de toneladas de cemento a fin de borrar las huellas del gigantesco socavón, símbolo de seis entre dos son cuatro y me llevo ocho. Las pantagruélicas comidas celebradas por los ugetistas de contra se podrán pagar con fondos de los contribuyentes sin que éstos se den cuenta del mangoneo; sin embargo, ocurre como con las mofetas, que pasan a tu lado y te tienes que tapar las narices si no quieres vomitar. Ollas podridas por todas partes. Tapaderas prestas para que la mierda, con perdón, no supere el hermetismo del recipiente. Decía un chiste del TBO que una persona era tan guarra, tan guarra, que construyó redondas todas las habitaciones de la casa para no tener que limpiar las esquinas. Que ya.

 

Pues eso, tapaderas. Menuda suciedad impera en la calle. De guante blanco o de mono obrero impoluto. Si no es cuestión de clases. Es cosa de clase. Y ésta, por desgracia, es una exigencia que apenas se expone en el mercado.

 

Un saludo.

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