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Francisco Velasco. Abogado e historiador

LA CONTRARIEDAD

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Santiago Carrillo concitó millones de enemigos y de adeptos en torno a su figura política. No hay ley de memoria histórica que aplaste el recuerdo. De ahí la inutilidad de las leyes encaminadas a tapar desgracias en vez de perseguir concordias. Uno agradece la extraordinaria figura del líder del Partido Comunista de España en la Transición. La gratitud se ejemplifica en la creencia personal de que sin él la democracia no hubiera llegado o nacería con los vicios que ha adquirido a posteriori. En consecuencia, la muerte de este político ha sido llorada por muchos, entre los que me incluyo.

 

Si miramos atrás en el tiempo y conducimos nuestra mirada ingenua por la historia de la guerra civil, mil veces contada y todas inveraces, Carrillo se estigmatiza como un asesino sin misericordia o se glorifica como un líder de la izquierda más progresista. La matanza de Paracuellos ha sido uno de los acontecimientos más debatidos de la asquerosa guerra fratricida del treinta y seis. Santiago Carrillo fue expuesto a las críticas más acervas por aquellos fusilamientos. El interés histórico radica, en primer lugar, en dilucidar si el autor intelectual y/o material de los mismos fue el propio Carrillo o no.

 

He aquí que Carrillo asegura en sus Memorias que no. Que él no dio orden alguna aquel fatídico siete de noviembre. Admite que el Frente Popular cometió miles de asesinatos en la localidad madrileña pero que nadie ni nunca le puede responsabilizar de los mismos. La noticia de lo ocurrido le llegó más tarde. El conocimiento de los hechos le sumió en una especie de catatonia anímica próxima al coma, confiesa. Hasta ahí, sin comentarios.

 

Ocurre que por la boca muere el pez. Carrillo no fue. Pero Carrillo supo. Después del luctuoso día, don Santiago, reconoce, sintió contrariedad. Es su palabra, su expresión. Contrariedad. O lo que es lo mismo, disgusto o desazón de escasa importancia. Ah, el lenguaje. Su filo se vuelve contra quien lo esgrime sin conocer la ruleta rusa de las balas terminológicas. El entonces jefe miliciano no sintió repugnancia por los crímenes ni asco ni repulsa ni tomó medidas para castigar a los responsables de tamaña atrocidad. Lo que es peor, que a partir de una emoción tan liviana sobre sucesos tan graves, no se está en condiciones mentales ni morales para, en lo sucesivo, impedir la repetición de la barbarie.

 

La verdad no nos la va a contar la historia. Es posible que nunca se conozca. Sin embargo, si las memorias del excomunista no son falsas y se ha de creer las declaraciones de su autor, la contrariedad puede arrojar más luces que toda una batería de focos. Siendo verdad que Carrillo nada tuvo que ver con Paracuellos, esa contrariedad retrata la personalidad de aquel joven de entonces. Su odio era suficiente para vomitar toneladas de mala leche por su boca. La venganza echaba madera al horno de su corazón. Por ese hilo de la contrariedad se puede llegar mejor al ovillo de la mentira que por la infinidad de historiadores de toda ideología que han escrito/opinado sobre el tema.

 

Nadie pone en duda que Carrillo fue, en la fecha de autos, delegado de Orden Público y miembro de la Junta de Defensa de Madrid. Yo tampoco la albergo. Me reitero en la palabra clave: la contrariedad. Si salió de sus labios, la creeré firmemente. No existe catilinaria que me apee de esta tesis. Con lo cual, si es responsable directo de la sangre que se derramó en el Jarama, que las víctimas lo perdonen. Los demás asistiremos a su juicio eterno. Sin ánimo de venganza. Con deseo de reconciliación. Con voluntad de procurar un mundo de concordias que eclosiones sobre nuestros errores y nuestros fatalismos.

 

La contrariedad desnuda a más de un ideólogo rancio y a muchos talibanes de una justicia imposible.

 

Un saludo.

 

 

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