ESPAÑOLIZAR, ESPAÑOLEAR
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Nada que ver por más que determinados palmeros se empeñen en solapar los términos. Nada que ver. Españolean quienes se sienten españoles y elevan, in excelsis deo, el sentimiento a la categoría de gloria. Bueno, ahí está la idea porque es defendida por un grupo. Sin ánimo de hacer prosélitos ni siquiera de vender el producto. Simplemente por la satisfacción de compartir el tesoro nacional.
Españolizar es cosa distinta. Infinitivo que designa una voluntad de volver a la cultura, a la educación y al status de pertenencia a una entidad política, histórica y jurídica que responde al nombre de España. Vuelta a unos orígenes que han sido cubiertos por el limo de la dejadez en los últimos treinta y cinco años. Cuando algo o alguien degenera, se pretende su regeneración. Si ciertos grupos persiguen aniquilar la realidad de España en el marco fascista de sus intenciones secesionistas, es lógico que a esa acción retrógrada se oponga la reacción de resituar las aguas dentro de su cauce. Dentro de su cauce constitucional, que no es moco de pavo.
Las declaraciones de Wert no han sido afortunadas porque han sido proferidas en la nube sociológica que obnubila la mente del ministro. Todos hemos entendido qué quería decir. Los catalanistas de pega han aprovechado los vacíos de este mensaje para arrasar los edificios de la realidad. Estoy convencido de que si hubiera hilado más fino, igual le sacan hebras de su mensaje primoroso. Con todo, al gobierno es exigible la propiedad lingüística y la moderación gestual no predicable de los ciudadanos en general.
Uno puede españolear en ocasiones de felicidad e incluso de euforia. Se mostrará más o menos conforme con los lanzadores de campanas al vuelo. Sin embargo, lo que está fuera de toda duda es la necesidad perentoria de españolizar determinados territorios de este país, de esta nación y de este estado. Si cito a Cataluña, lo hago desde la seguridad de que ese predio necesita una manita de pintura, otra de cerramiento de grietas, una tercera de movimiento de tierras y, en fin, unos trabajos a fondo de limpieza de cloacas. Si no se hace y se permite que el abandono gubernamental conduzca a la subversión de los suelos y techos, no tardaremos en arrepentirnos de esta inopia política y de esta cobardía de algunos.
En Cataluña, desde el seno de la televisión pública, se permiten el lujo de atacar a la primera institución del Estado. Un escritor, nombrado Jair, sic, y apellidado Domínguez, ya saben, hijo de Domingo, tan catalán como Pérez, a fin de hacerse perdonar su ascendencia castellana, lisonjea a los locos del barrio con ataques inmundos a la Corona y con apologías de la violencia, de la destrucción y del crimen. El sujeto sin predicado dispara a las imágenes del rey Juan Carlos o del escritor Sostres por la sencilla razón de que sus planteamientos no coinciden con los suyos. Valiente desgracia de individuo y menuda lacra la de la televisión pública catalana. No son más canallas porque no se entrenan.
Sigamos por la senda del laissez faire, laissez passer, señor Rajoy. Permanezcamos con la cabeza bajo el ala. Total, a quién le importa España. Qué cruz, señores. Y señoras. Qué tau. Un poquito de energía, hombre. No hace falta ser prepotente para ponerse en su sitio.
Un saludo.
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