INÚTIL, MANGANTE E IMBÉCIL
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Injuriosas. Palabras ofensivas que se tipifican como faltas. Dirigidas por un profesor de Enseñanza Secundaria a uno de sus alumnos. Cuarenta euros vale la multa impuesta al docente.
La situación se complica por momentos. He denominado santitarios al personal de sanidad y mantengo mi calificación. Pero en qué peana he de colocar a los empleados de centros educativos. A la derecha del padre. La rebelión en las aulas no es un título de cine. Es una lacra real. El orden público pasa de largo de la barriada de los institutos de bachillerato. La ciudad sin ley se asienta en la periferia de los establecimientos no universitarios.
Hasta dónde llegará la paciencia de muchos maestros que se arrojan en los brazos de la depresión antes que caer en las garras de la maldad de algunos chicos. En un mundo salvaje, los protagonistas viven la civilización en contraste con la supervivencia natural o terminan engullidos por el instinto voraz de la bestia. En muchas escuelas de España está ocurriendo un fenómeno análogo. Allí donde la convivencia no es posible, se alza la voluntad del más fuerte.
Hace algunos años conocí a un profesor que vivió años de selvático trabajo en un macrocentro escolar ubicado en la zona más lumpen de la ciudad. Cómo puedes sobrevivir en esta jungla de relaciones imposibles, le pregunté. A base de sembrar valores y de regar el campo con ejemplos diarios, me respondió. Pero hasta que descubrí la fórmula y apliqué su diseño, aclaró, atravesé pantanos llenos de cocodrilos feroces y sorteé las arenas movedizas de la violencia física y, por supuesto, verbal. Construí caminos de encuentro y elevé puentes de concordia, me significó. A más de uno hubiera agarrado por el cuello y nombrado a la santa madre que parió a tales criaturas, me reconoció. Pero la solución no pasa por esos derroteros, me aseguró. Por semejantes atajos, los problemas se hacen heridas mortales, sentenció.
El sistema educativo es, acaso, la peor herencia del devenir democrático de nuestro país. Casi cuarenta años de postfranquismo han servido para constatar que la educación se ha convertido en el abominable yeti de la sociedad. Una figura que se ha vendido como turística e integradora, pero que nadie ha comprado. Se ha desprestigiado a sus profesionales al tiempo que se encumbró a una administración de burócratas de la asesoría, de la inspección, de los cursos de formación, etc., que ni pisaron las aulas ni dejaron su voz en las pizarras. Entregaban recursos vacuos y tecnologías de cartón para exhibir una falsa mercancía en escaparates sin cristales. Cobraban del pesebre y despreciaban a los del oficio docente. Decían defender los derechos de los alumnos y cultivaron la tierra del far niente como camino hacia una felicidad de opio, olor de pegamento y rayas blancas.
Inútiles, mangantes e imbéciles los dirigentes de una Junta de Andalucía que abandonaron a los expedicionarios de la virtud en medio de la manigua. Los que recortan los salarios de los profesores y seccionan su dignidad de personas y de trabajadores. Ellos son los imbéciles, los mangantes y los inútiles. Siguen ahí. Instalados en la torre áurea de su safari de lujo mientras los porteadores de sus caprichos sufren el peso de la espesura y del boscaje inextricable.
Por cuarenta euros y por cuarenta mil los mando a la eme lejana para que en ella sigan viviendo.
Un saludo.
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