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Francisco Velasco. Abogado e historiador

EL DEFENSOR DE QUIÉN

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 Ea, ea, ea, Rodríguez, don Manuel, se cabrea. El alcalde va a cerrar el chiringuito que el primer edil de Huelva le procuró. La rabieta es el cabreo de un niño consentido. Antier le regalaron un juguete con pilas y mañana, a falta de baterías, carísimas, le expropian el artilugio mecánico. Sentido de administración se llama eso. En vez de comprender la tragedia económica del municipio, el Defensor del ciudadano se irrita y acusa a Pedro Rodríguez de moverse por intenciones políticas, que no económicas. Papá, estalla iracundo el hijo del comunismo bufo, la tienes tomada conmigo.

 

Manuel Rodríguez es un alto cargo del Ayuntamiento. El exconcejal de Izquierda Unida fue fichado por el alcalde Pedro para desarrollar una actividad municipal de bastante trascendencia. No se reparó en que esta labor fuera políticamente molesta ni se subjetivó la procedencia izquierdosa del prócer. La nobleza de los populares tropieza en incontables ocasiones con la vulgaridad de algunos de sus interlocutores. Si la idea inicial de su nombramiento fue buena, por qué la del cese ha de ser mala. Sin embargo, si el caballero defensor de causas ciudadanas se ha venido llevando un pastón cada mes, por qué no reduce el sueldo a la cuarta parte si tal es su vocación de servicio público. Dicho de otro modo: por qué no se alista en las hermanas de la caridad o en el voluntariado laico o participa de los fines de Cáritas, a fin de dar rienda suelta a sus benéficas actitudes humanitarias.

 

El desafío de los demagogos es convencer de la pequeñez de su ego. A partir de esa premisa, afirmar la imparcialidad y la independencia de su gestión. En tercer lugar, garantizarse una abultada nómina cada treinta días. El negocio se levanta desde la base de un engaño personal y se erige con el cemento armado de una mentira incontestable.

 

La última proposición decente del líbero Manuel Rodríguez es que el Ayuntamiento construya un edificio municipal ómnibus. Demasiado gasto en alquileres, se lamenta. Lo cual es verdad. Una macrodependencia consistorial capaz de absorber todos los servicios municipales, entre ellas la oficina del adalid de los ciudadanos más desvalidos. Un héroe. Ahora bien: la edificación debe construirse en lugar céntrico. Las tentaciones de doña Petri se prolongan en la personalidad de don Manuel. En el Torrejón o en Pérez Cubillas o en la Navidad, no. La fuerza, centrípeta. El centrifugado, para las lavadoras.

 

La idea es buena. Sin duda. Lo malo es materializarla con dinero ajeno, en tiempos de cólera social y con los contribuyentes acribillados a impuestazos. Una ganga. El nuestro es un país de bandazos, de bandadas y de banderías. Incluso de bandidos célebres.

 

D. Manuel Rodríguez azuzaba en 2006 el fuego guerracivilista al reivindicar la construcción de un monolito en El Conquero en memoria de los fusilados por las fuerzas franquistas. El Defensor de los Onubenses atizaba entonces las memorias de unos y fustigaba el olvido de los otros. Hoy se proclama defensor de sí mismo, de su continuidad en el cargo público y de la conservación de las retribuciones plurimileuristas. El progresismo de algunos es tan ficticio como su ideología.

 

El cierre del despacho de don Manuel no comportará, en ningún caso, la atención a los problemas de la ciudadanía. De ello estoy seguro. Muy seguro.

 

Un saludo.

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