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Francisco Velasco. Abogado e historiador

INDEPENDENCIA DE LOS LIBRES

 

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Tolerancia entre iguales. Tolerantes y tolerados en un plano de igualdad, lo acepto. Si el poderoso tolera los errores del débil o el banquero, las miserias del bancario o el capitán, los despistes del soldado y, así, en una interminable lista de jerarquías, entonces, métanse el vicio de tolerar en la virtud de mostrarse intolerante con la discriminación.

 

La libertad y la independencia se mueven, conceptual y realmente, por el tartán de los estadios vacíos que costaron un ojo al contribuyente para honra y prez de la Petronila de turno. Sin embargo, la libertad es un patrimonio jurídico. Nos podemos creer libres y sentirnos felices en la jaula de oro de los canarios. No reconocen el estado opresivo de la situación y, en consecuencia, no podrán desarrollar el potencial propio ni sentir en las carnes el aire gélido del polo ni el calor tórrido del trópico. Su libertad se adormece entre los estertores de una felicidad tejida con hilo del diablo. No se subyuga a nadie pero se soporta el yugo subliminal de los que se acomodan al hastío de la servidumbre o de la esclavitud. La realidad son las sombras. Nada existe tras la caverna.

 

La independencia dicta mensajes distintos. Felizmente opuestos. Desde un punto de vista jurídico, es independiente el que no está sometido a la autoridad de otro. Ya sea por razones físicas, por motivos monetarios o por causas emocionales. La independencia arrastra autonomía y la autonomía nos condiciona el grado de autosuficiencia. El máximo grado de la estupidez humana se manifiesta en la cautividad del propio pensamiento. A partir de esa cadena, los gestos, los actos, las palabras o los deseos se suceden en la cola de los corderos que van silentes camino del degüello. En Granada, el paseo de los tristes ha dejado de ser la travesía obligada a la última morada. Hoy es la espléndida plaza que, sin dejar de sujetarse a la Alhambra, pregona su festividad entre bares que se asoman al río de oro. Otra vida es, pues, posible. Y deseable.

 

La libertad de la muerte ha cedido su plaza a la independencia de la vida. Lo de morirse carece de mérito. El desafío está en vivir. Si se es libre e independiente, a “uta are”. Si lo segundo, “a are uta”. En todo caso, no se engañen. Meter la bola a los demás, es trasunto fugaz. Si no podemos ser siempre independientes, conformémonos con un rato. Cuanto mayor el período de tiempo, avísenme para que les admire.

 

Ese tesoro no toca en sorteo alguno. Se gana a pulso.

 

Un saludo.

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