EL OTOÑO DEL PATRIARCA
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En la historia universal de la literatura, la obra del mismo título de Gabriel García Márquez nos describe una elegía sobre la soledad. La soledad del dictador. Las atrocidades de quien gobierna sin más leyes que las de la fuerza. El ansia por echar años a la vida aunque sea a costa de quitar vida a los años. A los años de los demás. La muerte ajena vale un cachito de metal impuro. La deuda del país se soporta mientras un pedacito de costa pueda venderse al mejor postor.
El otoño del patriarca carece de la belleza narrativa de la sonata de Valle Inclán. Sin embargo, mete los dedos en la llaga de tus remordimientos hasta el dolor. Hay quienes consideran que el patriarca es una referencia caribeña a la muerte natural de Franco. Tal vez sea así. Sin embargo, no lo creo. García Márquez es demasiado mago para un truco tan simple. Entiendo que el premio Nobel sumergía su relato en las tragedias griegas de la antigüedad clásica. Y desde este regreso al túnel del tiempo, nos invitaba a asumir la fuerza del individuo frente al mundo de colectividades gregarias y sumisas.
La matriarca es, en realidad, el disco duro de los patriarcas. La madre, la esposa o la amante están detrás de los sueños y de las pesadillas de quienes conciben el poder como fusta o como relicario. Látigo de castigo a ignorantes, súbditos o cabezas de ganado. La matriarca no es Ángela Merkel. Lo es la idea de una Europa Unida que no acaba de cuajar en la mentalidad castrante de siglos de conflictos. Europa se ha ido gestando en un caldero expuesto al fuego de milenios entre guerras de religión que olían a imperio y entre imperios ideológicos que sabían a rezos. La matriarca esconde las arrugas de su ajado rostro entre inyecciones de bótox y de euros. La comunidad económica era un señuelo para la unidad política. Un anzuelo envenenado en el que picaron los más torpes de la clase y los más listos de la panda. En el tren de la prosperidad europea, pocos tiran del convoy mientras la mayoría no resiste la tentación de ser remolcados. Al fin y a la postre, los furgones de cola son casi todos y todos lamentan la potencia y la velocidad de las dos locomotoras.
En ese proceso, el espectador se apiada de los viajeros más perezosos en vez de alentar el esfuerzo de los maquinistas. Éstos despliegan voluntad y técnica. Los otros, pereza y necedad. Mas todos quieren ser cabeza de león aunque se sepan cola de ratón. Grecia se hunde en el abismo de su inoperancia fáctica. Pide asistencia constante a cambio de nada. Portugal calla y otorga. España se debate entre lo que quiere y no se atreve. Italia desgrana los pétalos de su propio trébol. Alemania sigue erre que erre. Si desacelera, la crisis se alargará sin término fijo. Si descuelga vagones inútiles, la velocidad se incrementará pero el batacazo aguarda a la vuelta. La soledad de la Unión Europea no viene dictada por la política alemana. Está escrita en el frontispicio del templo que Europa nunca podrá ser. El odio religioso de antaño no tapa hogaño las maniobras ideológicas de los mercaderes de ese templo imposible.
La UE es el otoño de la matriarca. El Gobierno mostrará su inteligencia si evita el descuelgue. Formar parte de ese tren siempre nos llevará a alguna parte. De otro modo, nos convertiremos en el centro del cementerio de los elefantes abatidos a balazos en safaris de lujo organizados por los responsables de la caravana ferroviaria. Una tragedia del siglo XXI. Al tiempo.
Un saludo.
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