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Francisco Velasco. Abogado e historiador

EL CAFELITO

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Dicen que el que avisa no es traidor. Pues muy bien. Hasta ahí, de acuerdo. Sin embargo, el aviso que se reviste de amenaza deja de ser lo primero para convertirse en lo segundo. Y claro, entonces las cosas se complican.

 

Los funcionarios son la diana de todos los dardos. Desde la derecha a la izquierda, todos lanzan al corazón de los empleados públicos. Sólo mencionar a estos trabajadores ya se presupone que nos referimos a una fauna humana desnaturalizada, aficionada a tirarse a la bartola, atrincherada en el vuelva usted mañana, experta en batir records de carrera horaria, perita en escaqueos y doctora en cafeterías, kioscos y mercadillos. Que el común asuma como dogma estas falacias, tiene el pase de la ignorancia o de la envidia. Pero que un Secretario de Estado se atreva a lanzar descalificaciones hacia este colectivo, merece el título de mamarrachada.

 

El señor Beteta es Secretario de Estado de Administraciones Públicas. Mucho gusto. Pues bien, don Antonio ha tirado ya la primera piedra. Nada será como antes, enfatiza dando rectitud al mentón y frunciendo el ceño. Nada será como antes. Como antes de qué y de cuándo. A qué funcionario agrede. Al médico de hospital, al maestro de escuela, al bombero municipal, al administrativo de su Secretaría, al jardinero de la Diputación, al ingeniero de Obras Públicas, al sargento del Regimiento o al juez del Tribunal Supremo. A cuál. Y por qué. Si ese antes infamante resume una forma de trabajar ineficiente, improductiva y desmerecedora, que lo diga. Y si lo dice, habrá que pedirle responsabilidades sobre su actuación omisiva, durante el tiempo en que tuvo a su cargo esta parcela, cuando era Consejero en la Comunidad de Madrid.

 

Nadie discute que la economía española ha de ganar en competitividad. Pero nada tiene que ver ese objetivo con el cafelito de los funcionarios. Si el tiempo prescrito para el café es de veinte minutos y el empleado invierte en ese derecho una hora, la infracción no corregida de inmediato por la superioridad se eleva a categoría de normalidad. Y cuando esto ocurre, hay que pedir cuentas a la superioridad. Pero no mañana. Ayer. No después. Antes.

 

El funcionariado es un cuerpo digno de elogios. Si hay doce que ni curran ni cumplen y, en cambio, siguen disfrutando del dolce far niente, el problema no radica en ellos, sino en los jefezuelos que, como el ciego y el pícaro del siglo de oro, meten la mano en el bien público. La solución al problema no es el cafelito ni el periódico. Es el respeto a la ley. Si Beteta se queja del antier y no apaga los lamentos con el interruptor de las obligaciones, mejor que se dedique a otros menesteres. Lo que es a la Administración Pública, le viene grande.

 

De todas maneras, le desafío a lo siguiente. Nombre a un solo trabajador de su departamento que ahoga sus penas en la cafeína y en la tinta de los medios escritos. A partir de ahí, calibraremos el importe de sus manifestaciones. Ya quisiera usted, señor Beteta, tener el marchamo de garante que posee el funcionario en el ejercicio de su desempeño profesional. Ya quisiera usted.

 

Un saludo.

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