PROFESORES CABREADOS
Profesores hay a los que disgusta ser llamados maestros. Este segundo término comporta una carga de profundidad que merece un análisis más exhaustivo. En todo caso, y por resumir, me quedo con el profesor en lo que se refiere a rango social y con maestro, en cuanto a la potencialidad pedagógica que suele adornarle.
La efervescencia juvenil en la España de la democracia va en aumento. En proporción inversa a la autoridad de los docentes. A mayor rebeldía, intransigencia, pasotismo y desprecio de los alumnos por los estudios, la fatiga laboral, la ponogenia, del docente se dispara. Cualquier estudio sociológico nos muestra hasta qué punto el desánimo cunde en el oficio. El cansancio no nace del número de horas lectivas. En absoluto. Su origen se halla en el estrés que origina la dificultad creciente de desarrollar un programa curricular en un foro distraído, a peor, aburrido y, en no pocos casos, hostil y disruptor.
Ante tamaño problema, profesores y maestros han de lidiar un morlaco de cuernos más finos y largos. Se trata de la incomprensión de la comunidad educativa, por un lado, y la soledad en que la Administración Educativa los deja. Desde un punto de vista de la seguridad personal y profesional están desasistidos e incluso abandonados. Desde el interno y desde el entorno, sufren críticas acervas e injustas. Carecen del incentivo económico que les permita sobrevivir en la jungla de los mercados laborales y financieros. Sus carreras universitarias no les permiten competir, en situación de igualdad de nóminas, con otros trabajadores de oficios manuales. En épocas de bonanza, los salarios de los docentes se antojan ridículos respecto a los de un operador fabril, de un fontanero, de un albañil o de un ingeniero. A la contra, cuando la crisis genera paro a mogollón, los gobernantes se refocilan en la medida anexa de recortar su minusválido sueldo.
Estoy en contra, absolutamente en contra, de la decisión de la Comunidad de Madrid de incrementar el número de horas lectivas. Que es legal, no lo pongo en duda. Que es ilegítima, en las condiciones de supervivencia actuales, también. El esfuerzo que realiza un docente por cada hora lectiva supone un fortísimo desgaste de energía física y psicológica. Insisto: no ya por los canales de comunicación que se despliegan en virtud de la heterogeneidad cognoscitiva de los alumnos, sino por el torpedeo constante que algunos de estos discentes dispensan a sus profesores.
En cuanto al sueldo mensual, es rotundamente falso que un profesor con la Oposición recién aprobada supere los dos mil euros. Absoluta falsedad. Conozco a muchos docentes que, al cabo de treinta años de profesión, no alcanzan los tres mil euros. A ello, se han de unir las diferencias remuneratorias entre las distintas comunidades autónomas, lo que, por ejemplo, deja a los andaluces en el farolillo rojo de la clasificación. El manido alegato a los dos meses de vacaciones, tan discutidas como discutibles, ejemplifica hasta qué punto la sociedad manifiesta su fobia a este cuerpo de profesores. Pocos colectivos laborales pueden enorgullecerse de la honradez, de la probidad y de la generosidad solidaria de estos profesionales. Siempre se toma a los buenos por tontos y a los tontos por buenos.
El gran pecado de la Administración es que mete a todos sus funcionarios en el mismo saco. A los funcionarios del montón, a los callados, a los respetuosos, a los vocacionales, a los responsables. A ellos, que les den... Un tijeretazo a sus derechos. A los conmilitones, a los reprobables, a los pelotilleros, a los manipuladores, a esta caterva minoritaria, un plus de productividad. En cuanto a los inspectores de educación, más bien inquisidores y fiscales mercenarios. Porque de educación, ni saben pero sí contestan. Los desgraciados.
Una sociedad que no respeta a los profesores, está condenada a vivir en el tercer mundo de la cultura. A lo peor, esto es lo que interesa a muchos gobiernos. La incultura. Como en los regímenes dictatoriales. Una bendición. Leches.
Un saludo.
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