LA PARÁBOLA DEL NUEVO PRÓDIGO
Nos lo cuenta el evangelista Lucas: Un hombre tenía dos hijos. El menor pidió a su padre su parte de la herencia y el padre se la entregó. A los pocos dias, el hijo reunió todo lo suyo, se fue a un pais lejano y alli gastó toda su fortuna llevando una mala vida. Cuando se lo habia gastado todo, volvió al seno de la familia (...). Al final, ya saben ustedes. Que muy bien.
Leído en Huelvaya: “Los derechos no los garantiza la derecha sino gente normal como los socialistas” (Javier Barrero). Su maletinero de antaño y vocero de hogaño nos ha dejado, para no quedar a la zaga, otra perla: “ los tres pilares fundamentales sobre los que se va a trabajar de cara a las próximas elecciones del 20 de noviembre son la generación de riqueza y empleo, la defensa del estado del bienestar y más democracia”. No conforme con la verbalización de tamaña barbaridad, ha apuntillado al toro de la verdad: “Rubalcaba sabe perfectamente lo que se debe hacer para salir adelante”.
Dicho de una persona, pródigo es quien desperdicia y consume su hacienda en gastos inútiles, sin medida ni razón. No confundan al pródigo con el saqueador, que no es sino el que se apodera de todo o la mayor parte de aquello que hay o se guarda en algún sitio. Ni se equivoquen con el término despilfarrador, que se aplica a quien consume el caudal en casos desarreglados. Podríamos seguir invocando la riqueza del lenguaje castellano y mantener una interminable lista de sinónimos.
Pues bien: el gobierno psoecialista nos ha enseñado algo que, cara al futuro, no debemos olvidar. Nos ha exteriorizado que, en vez de generar riqueza y empleo, nos han legado miseria y paro; que el estado del bienestar ha perdido su carácter universal para reducirlo a la posición de particular de los dirigentes del partido; y que la democracia es algo que se predica pero que ellos se pasan por el arco de su rodillo electoral. Derrochada la fortuna que los ciudadanos pusimos en sus manos, retornan a la casa del Estado. Dicen que, ahora sí, vienen a dejarse la piel en aras del bien común. Porque, apunten, sólo ellos, la gente normal, garantizan los derechos. Arrasan la propiedad, la desguazan y, de pronto, en la inminencia de su desdicha en las urnas, aparentan voluntad de contrición. Aparentan.
El remate del tomate viene dado por las declaraciones esperpénticas de doña Petronila, la presidenta de la Diputación porque así lo quiso Izquierda Unida. La dama del palacete de la Plaza de las Monjas no siente sonrojo ante el desdoro que supone pagar lo que se paga por el alquiler de un capricho. Mientras el pueblo se las ve y se las desea para sobrevivir, ella amenaza con el paso atrás que supondría el triunfo de la derecha.
Miren ustedes. La parábola del hijo pródigo tiene muchas interpretaciones. Desde el punto de vista del padre, puedo entenderla. Justificarla, no. Desde la óptica de los hijos, la herida sangra con abundancia. El Estado es el padre y permite que el Psoe, en vez de que algunos de los dirigentes acaben en la cárcel, presente a los mismos candidatos a las elecciones. Muy bien. Para eso están las leyes, para respetarlas. Sin embargo, los ciudadanos que votamos no somos los padres. Somos los hermanos, aunque más propio sería decir los primos. En cuyo caso, como hermano sojuzgado y malherido, y como persona que rechaza el ser un primo, me niego públicamente a entregar mi voto a esta partida de pródigos del dinero público. Pródigos y disipados que malgastan y desperdician. Corruptos de cuello blanco y corbata roja que se aprovechan de los recursos públicos en beneficio propio. Lucas. Parábola. Pródigos. Corruptos. Golfos.
Un saludo.
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