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Francisco Velasco. Abogado e historiador

DeSAStre

 

Con cierta insistencia, vengo denunciando el mal funcionamiento de algunos organismos públicos. Lo de la Junta de Andalucía, que es el beaterio de Santa María griñaniana, se lleva todas las palmas a la ineficacia y a la golfería administrativas. Son el no va menos de lo malo y mucho que hay en la burocracia psoecialista.

 

Me referiré, en primer lugar, al Hospital Juan Ramón Jiménez de Huelva. El director médico del mismo, un tal señor qué más da, conduce este centro sanitario con la pericia de un inútil. Sabe de gestión y de organización lo que Chávez, Castro y Correa, juntos, de derechos humanos. No dudo de que como médico sea un excelente profesional. Lo que es como gestor es una calamidad como una piscina olímpica. No me voy a referir a los protocolos de los cirujanos para operar a pacientes según las urgencias. Tampoco hablaré del número de camas que cierran en verano para contratarlas en clínicas privadas. Ni al número de anestesistas disponibles durante las vacaciones estivales. Ni al número de quirófanos. Ni a las sustituciones. Nada de eso. Me voy a ceñir a dos casos.

 

El primero de ellos es a su actuación administrativa cercana, en ocasiones, a actitudes mafiosas. Se niegan, por ejemplo, a entregar a los pacientes dados de alta su historial clínico, los tratamientos prescritos, las circunstancias concomitantes derivadas de su hospitalización, los médicos de guardia, el funcionamiento del servicio de urgencias, los protocolos de operaciones, las horas en que el único quirófano en marcha está vacío, y todo un etcétera de actividades legales, programadas, se las pasan por el arco del triunfo. Con ser motivo suficiente para exigir responsabilidades a los que hacen de lo público un predio particular, el segundo ejemplo que les voy a referir, constituye toda una muestra de por dónde se pasan estos canallitas el respeto a las instituciones, a las normas y a las personas. Me explicaré.

 

En la planta segunda del servicio de traumatología, una habitación entera se ha convertido en una especie de hotel/residencia privada de un paciente. Las dos camas, oigan, al servicio de un señor. Las dos. Desde febrero está el hombre sujeto a la sala y la sala sujeta al hombre. Meses y meses sin que nadie se dé por enterado, sin que nadie demande una explicación, sin que nadie se atreva a denunciar la anomalía. Sin que nadie.

 

Es el SAS. Servicio Andaluz de Salud. De servicio ciudadano, poquito; de andaluz, todo lo que quieran, pero lo más próximo a la parte del Psoe; de Salud, algo, porque si tú no te buscas las habichuelas, te tienen a medio camino entre tu casa, la hospitalización sine die y el operatorio. Al frente del SAS, una abogada. Del Partido, por supuesto. Todo un modelo de totalitarismo político y de incompetencia empresarial. Claro, que quién le va a llamar la atención si su jefa inmediata de la Consejería come de las mismas latas y en idéntica vajilla. Aquí, o eres sumiso, o te tragas todos los marrones que la banda te tire.

 

Desastre viene de SAS. Y SAS, de desastre. El principio de Peter explicita que, en una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia. La jeraquiología aplicada modifica los parámetros. Los ascensos no se producen entre los empleados públicos, salvo para puestos de pacotilla. Los ascensos fulgurantes y ejecutivos se reducen a la nómina de militantes del Psoe. Si no de qué y de cuándo cualquier Otero o cualquier Rico iban a romper todos los records de ineptitud en una empresa privada. Estarían en la calle, en la puñetera calle, ganándose el pan con el sudor de su frente y no con la impotencia de los contribuyentes. SAS, de desastre. Desastre, de SAS.

 

Un saludo.

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