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Francisco Velasco. Abogado e historiador

NO LO ENTIENDO

Algunas palabras me desconciertan. Determinados gestos me resultan provocadores. Ciertas oportunidades que se pierden por falta de atención, terminan por cabrearme. De estas emociones me embargó ayer Rajoy, Que quien se postula como nuevo presidente del Gobierno tras las elecciones del 20-N, cometa errores de bulto a estas alturas de la película, me parece lamentable. España no se puede permitir el lujo de estar en Babia. Siete años de ensueños locos y de pesadillas cuerdas es demasiado tiempo de aflicción y de tortura. O Mariano se pone las pilas o Rubalcaba se le cuela por la derecha en la carrera hacia la Moncloa. En cuyo caso, habríamos escapado de Pilatos para ser atrapados por el maligno Herodes Pérez.

 

Rajoy afirmó ayer algo que me escandalizó. “Zapatero dice ahora la verdad”, declaró el hombre de Génova. Y se quedó tan ancho. No midió el alcance de su frase. Tendió un salvavidas humanitario al bandido a costa de ahogar a España. ZP no ha dicho la verdad en su vida. Cuando refiere, ahora, entre los restos del naufragio, que la situación española es muy complicada, falta de nuevo a la verdad. Con más propiedad: vuelve a mentir alevosamente.     España se encuentra en situación extrema, agónica. Muchísimo peor de lo que se publica. La crisis económica se nutre de la necedad del todavía primer ministro calamidad pero las provisiones le llegan por conducto interno y por contrabando exterior.

 

La economía sufre el desgarro de los mercados. Nada nuevo. Nada malo si a estos mercados se inyecta las pastillas de la confianza que tan bien les sienta. Mas si en vez de suministrarle dosis de expectativa, les aplicamos grajeas de incertidumbre, pues la demanda se viene abajo y la oferta se coloca al amparo del fortín. Se compra para ganar. Para perder, se vende. Cuanto antes. La Unión Europea no va a rescatar a España. La va a intervenir. Merkel ha dictado sentencia. Como Zapatero es un inútil incapaz de conducir el transporte español, vendrá ella a hacer los deberes. Eso sí, a precio de pérdida de la soberanía española. Nadie trabaja por nadie salvo que la paga lo merezca. Por tanto, señor Rajoy, la situación económica está marcada por la cesión de soberanía a un Estado extranjero. Vergonzante e indigno.

 

En este contexto, no hay que maliciarse lo que es un secreto a voces. Las concesiones a los independentistas vascos y catalanes se insertan en esta espiral de fragmentar España a trocitos. En un par de años, si no se opone una resistencia firme, pero respetuosa, la unidad de España será un concepto engullido por el devenir inexorable de la historia. Los europeos nos arrebatan la soberanía. Los ultranacionalistas, más de lo mismo. Complicada, un cuerno. Premoriente.

 

La verdad, señor Rajoy, es que España se halla en quiebra. Rota en lo político, destrozada en lo económico, arrastrada en lo moral. Un guiñapo, oiga. Y si los tocapelotas del PSOE se atreven a exponer la idea de devastación general, es que el panorama está marcado por campos llenos de sal en los que ni el menor brote verde puede surgir. Calamitoso el campo. Arruinada la ciudad. Con tan hermosos exponentes de grandeza, el angelote Mariano otorga al satánico José Luis la posibilidad de escabullirse de sus fechorías y, a la par, deja un resquicio al diabólico Alfredo para que los últimos vestigios de lo que fuera una hermosa hacienda sean repartidos entre los de la secta.

 

No lo entiendo, Rajoy. No lo entiendo. España se juega algo más que su status económico. Su unidad política. Su soberanía nacional. Recuerde: Zapatero nunca dice la verdad. Nunca.

 

Un saludo.

 

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