EXPLICAR NO ES JUSTIFICAR
Hay días en que uno no está para nadie. Ni para nada. El cabreo alcanza a ti mismo. La aculturación es un fenómeno de efectos perversos. Aculturar es recibir y asimilar elementos culturales de grupos humanos distintos y, en general, pretéritos. En general. Hay que tener cuidado con las digestiones. Algunos sufren ardores y úlceras por no asimilar debidamente ciertos alimentos del alma.
Entre los grandes catedráticos de Historia de España, hay quen reseñar a don Luis Suárez. Nada que ver con el genio del fútbol que fue Luisito Suárez. El historiador ya sufrió las iras de los nuevos inquisidores del zapaterismo y de la memoria histórica. Crece como hongos esta muchachada de la escuela torquemadiana. No dejan pasar ni una. Como la economía andaluza marcha tan bien, en tanto la corrupción moral y política desapareció totalmente, puesto que se ha alcanzado el pleno empleo y, en fin, todo marcha sobre ruedas en nuestro país, los aburridos del bienestar se entretienen recordándonos tiempos mejores. Aquellos años que condujeron a un fallido golpe de Estado y que, por ende, hizo estallar una indecente guerra civil en España.
Los memoriones interesados no admiten el trabajo científico de los miembros de la Real Academia de la Historia. En su afán por la ortodoxia más totalitaria, han denunciado ante la Fiscalía Superior de Andalucía las informaciones injuriosas y la difusión de ideas justificadoras del delito de genocidio que, dicen, han hallado en el Diccionario Biográfico Español. Sic. Gonzalo Anés, otro científico egregio de la ciencia de la Historia, es uno de los denunciados. Es que don Gonzalo, aseguran, parece erigirse en arquitecto del restablecimiento del régimen franquista. Ya les digo.
Orwellianos ellos, el colectivo denunciante quiere que la historia sea reescrita. El palimpsesto es común a las dictaduras. Donde Tucídides escribió, el agitador y propagandista de turno se empeña en recrear lo que conviene a su peculio. Las descripciones de Estrabón serán miradas con lupa por esta asociación de castigadores. Los únicos libros permitidos por este movimiento neocensorial son los que atacan sin compasión a Franco. Y a los franquistas. Franquistas fuimos todos los que vivimos durante la dictadura del general. Algunos hablan con ligereza insultante de alcaldes, de concejales y de funcionarios franquistas. Serán lelos. Tendrán maldad. No hay posibilidad humana de no ser condenado por esta agrupación goebbelsiana por haber nacido entre 1936 y 1975. Quienes han vivido durante esos años, son reos de cruel afinidad y connivencia con las torturas y la represión. No se libra nadie. Por el mero hecho de nacer cuándo y dónde.
La ley de la memoria histórica es un cohete nuclear en manos de unos desaprensivos. Pueden causar una mortandad terrible. Mientras tanto, amenazan y “querulan”. Algo similar ocurre con la Ley de Igualdad. O se cumplen las proporciones o aquí no es posible el progreso. En un certamen para elegir, hoy, al mejor futbolista de la década de los sesenta, el jurado deberá incluir señoras, al menos en un porcentaje del cuarenta por ciento. Aunque nunca vieran un partido de fútbol ni sepan qué es un córner ni quién era Ramallet. Así es -parafraseando a Pirandello- si así les parece a estos veedores de sombras. Cuando relean “Doce Hombres sin Piedad”, de Reginald Rose, magistralmente dirigida por Lumet y excepcionalmente interpretada por Henry Fonda, contacten con la exministra Bibiana Aído. Que secuestren la obra. Cómo doce hombres. Y las mujeres, qué.
Si Azaña levantara la cabeza o si permitieran la publicación de las memorias de Alcalá Zamora, lo que íbamos a descubrir. Una cosa queda clara. Los zapateristas de medio pelo y los demagogos de cuerpo entero quieren trasladar a la ciudadanía la idea de que la República fue el edén y que Franco la serpiente que destruyó el paraíso terrenal. Y ello, por la sencilla razón de que como España se arrastra por el barrizal, los cómicos de la subvención gubernamental buscan distraer nuestra atención de los problemas de la calle. A falta de fútbol durante el verano, el opio se extrae de las memorias de algunos ordenadores anticuados.
Entiéndanlo. Explicar no es justificar. De ser así, cuántos jueces serían acusados de asesinos, ladrones, golpistas y autores de delitos mil. Explicar sólo es justificar cuando se exculpan palabras o acciones, declarando que no hubo en ellas intención de agravio. Por ello, en vez de decir: ¿me he explicado?, escribiré: ¿me han entendido?
Un saludo.
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