¿SERÁ VERDAD?
Mira que si... Si fuera verdad que Patxi López no fuera ingeniero industrial. O que la ministra Carme Chacón nunca se hubiera doctorado. Y si la sonriente señora Trinidad Jiménez suspendió dos veces las oposiciones a la carrera diplomática. Y que después de todo, don José Blanco hubiera aprobado únicamente el primer curso de Derecho. O que Montilla estuviese nominado entre los más prestigiosos bachilleres de su generación. Y que la señora Valenciano integrara en su curriculum académico la licenciatura en Ciencias Políticas. Mira que si...
Altísimos (in)dignatarios de la clase política española, los nombrados forman una cohorte, o mejor, toda una legión, de dirigentes de este país que, hoy por hoy, se sigue llamando España. Su mérito no es su tránsito por la universidad. Mal ejemplo, pues, para los miles de estudiantes que acaban de sufrir las pruebas de selectividad y han de enfrentarse a un oscuro futuro que pasa, necesariamente, por la facultad elegida. A la vista de los modelos enunciados, más les valdría apuntarse a las listas del paro y darse de alta en las juventudes psoecialistas. Algo caerá. La cara de vergüenza no se cae a algunos porque su rostro pétreo adolece de pudor y, por tanto, de sonrojo, de conciencia, de capacidad de remordimiento.
Será verdad que la fe de vida laboral del presidente Zapatero no incluye trabajo distinto al de diputado? Y que Rubalcaba supiera, por ciencias de la prospectiva, que el “onceeme” era la panacea que procurase la derrota de los populares? ¿Es la señora Salgado una calamidad andante y corriente que se agarra a la cartera ministerial como el náufrago a su balsa? ¿Valeriano es ministro de Trabajo porque en el tajo destacó por su largueza retórica? Será verdad.
La verdad es una por más que se disfrace. La ideología es el escondrijo que cobija a muchos mentirosos. Sus pensamientos son tan endebles y tan ruines sus intenciones, que es inútil reflejar la verdad en espejo alguno. Ocurre como con los vampiros. La noche incita su sed de sangre y la transilvania española derrama el viscoso líquido rojo en sus gaznates insaciables. Será verdad. Atribuir al enemigo maldades y amplificar las propias bondades señala a los humanos más mezquinos. Mezquindad que se materializa en el miedo a que se descubran sus limitaciones. Parquedad que les impele a privar a compañeros y subordinados, de forma deliberada, de la información que podría poner en peligro su puesto. Miserabilidad que se traduce en aparentar lo que no son y en maximizar los atributos del opositor.
Será verdad que Zapatero sea mezquino, parco y mísero porque actúa de esta guisa o, en cambio, se comporta tal cual porque las citadas sustancialidades acompañaron a su personalidad antes del acceso a la clase política. Ya lo expresó Platón. El aristócrata ateniense, que vivió la democracia de Pericles y se nutrió de la filosofía de Sócrates, lo expresó en términos propios e hirientes: la democracia se vicia cuando es dominada por una mayoría pasional de ignorantes. El filósofo de “anchas espaldas” pudo acertar un poco en el amor. En su politeia trazó un perfil bien distinto. La República suponía el fin de la democracia. Aquella república y aquella democracia. Al cabo, el griego conoció las maldades de la sociedad que le tocó vivir. Será verdad que Zapatero le hubiera enviado la ostraka. Será verdad que le habría invitado a una ración de cicuta.
Nunca lo sabremos. Sí tenemos certeza que esa gavilla era demasiado alta y altanera para crecer junto a la mala hierba de la finca monclovita. Es verdad. Es verdad.
Un saludo.
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