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Francisco Velasco. Abogado e historiador

BIN LADEN

 

 La primera semana de mayo nos obsequió con una noticia bomba, nunca mejor dicho, de relevancia mundial. La muerte de Bin Laden.

 

La prensa española recoge en grandes titulares la eliminación física del terrorista. Los medios internacionales son unánimes en el fondo y en la forma de la noticia. “Estados Unidos mata a Bin Laden” es la canción común de ABC, El País y El Mundo.

 

Este articulista reflexiona sobre el hecho. Nunca la muerte violenta de nadie es motivo de regocijo. Nunca. Ni del más criminal de los asesinos. Al menos de la forma en que se ha producido la presente. El ataque de un comando en tierra extraña para asesinar a alguien es un tema jurídico muy peliagudo. Especialmente si Guantánamo es el decorado inquisitorial de esta operación de exterminio. Es muy posible que las fuerzas de asalto norteamericanas no tuvieran otra opción que dar muerte a tan escurridizo sujeto. Sin embargo, hubiera sido deseable la captura con vida de este multidelincuente profesional para ser sometido a un juicio con todas las garantías.

 

Hacer de Bin Laden un mártir es un riesgo insoportable. Un juicio justo hubiera sido el instrumento idóneo para disipar sospechas de torturas guantanameras y para mostrar al mundo que Estados Unidos es algo más que un poderoso imperio. Servidor se ha postulado siempre a través de fórmulas legales para defender el Estado de derecho. La inhumación en cal viva o el lanzamiento de los cuerpos para ser pasto de los peces son formas de nihilización que no ayudan a la democracia. La falta de transparencia en los procesos arroja oscuridades indeseables. El terrorismo se combate con la ley que emana del pueblo. Los atajos de la guerra sucia son medios que no deben justificar el fin.

 

Imagínense qué pasaría si se descubriera que la “autoría intelectual” de los atentados de Atocha habitase mansiones cercanas y pasease calles concurridas. Un grupo armado se encarga del asuntillo y, hala, la imputación, el procesamiento, la acusación y la condena en firme se subsumen en un disparo certero al corazón. Se quita de enmedio a uno y se rompe la ligadura que conduce al volcán. Qué mal. La impunidad de Bin Laden no se puede justificar, como dice Obama, con este final.

 

Falta por ver la reacción del mundo islámico. Uno quiere creer que la muerte del líder de Al Qaida ha sido inevitable. Y que este asesino de masas vendió su muerte antes que su vida. Sin embargo, la duda quemará el cerebro y presionará el corazón. Quienes creemos en la paz y en la dignidad humana, rechazamos los hechos consumados.

 

No quiero para el etarra más despreciable una muerte como la de Bin Laden. La desaparición del asesino nos hurtaría la posibilidad de acercarnos a la presencia de otros abyectos cobardes. Las fuerzas de seguridad hacen lo que pueden, me consta. Las leyes están escritas. Los poderes ejecutivos creen, demasiadas veces, que los faisanes pueden volar porque desprecian las exigencias del Estado de derecho. Hoy se escapa un ave. Mañana puede morir un guarda forestal.

 

La muerte de Bin Laden regocijará a muchos. A este que suscribe, le confortaría que el fallecimiento del individuo se produjese incluso porque un juzgado imparcial hubiese declarado la culpabilidad del canalla y la inyección letal o la silla eléctrica, allí donde la Ley lo admite, acabaran con su nauseabunda existencia. De otra manera, no. Si las leyes son débiles, cambiémoslas. Por encima de ellas, nadie. Nadie. Bush y Obama, tampoco.

 

Un saludo

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