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Francisco Velasco. Abogado e historiador

EN SEMANA SANTA, TORRIJOS

 

Con los débiles, mano dura. Si tu conducta no es susceptible de condena ni de castigo, sigue vulnerando la ley. Las anteriores son algunas de las perlas del código mafioso de los clanes familiares de la Italia del sur. El subdesarrollo económico se convierte en caldo de cultivo de actos que repugnan a cualquier estado de derecho. A mayor penuria, mayor bandidaje. Directa la proporción. La ley y el civismo se desarrollan allí donde el progreso y la igualdad se instalan. En la Italia calabresa, los hábitos democráticos saludables son desconocidos. El poder del fuerte continúa siendo el reclamo en la ley de la selva.

 

El Psoe aprendió bien y pronto el statu quo. No puede haber meta superior a detentar el Gobierno. El trono de la influencia es la escalera mecánica que eleva a unos a la riqueza y desciende a otros al subterráneo de la miseria. Antes que el dinero, la influencia. Previo a ésta, el poder. El camino al mismo se esculpe en mármol de listas cerradas. El guardián de la llave es el líder que abrirá el triunfo electoral tras el amañado escrutinio.

 

El gobierno, constituido legalmente desde esta premisa ilegítima, se apresura a recoger los frutos de su calculada ingeniería política. El Parlamento no es problema. A falta de mayoría absoluta, llamazares, torrijos y valderas la implementan. A cambio de un dulce. A base de limosnas. Incluso con una palmadita en la espalda, un convite marisquero, un minuto de gloria en el telediario, la colocación de algunos parientes y eso. Eso. El Parlamento se tranforma en eso. En agencia de empleo de nepotes y afines del clan y de la tribu.

 

Ejecutivo y legislativo enfundan el colt del pistolero. La policía se domeña a partir de una red de nombramientos selectos. La Justicia requiere tratamiento diferenciador. Sujeta la fiscalía, la judicatura se divide entre audiencias, supremos y constitucionales, entre decanatos y colegios generales, entre asociaciones de signo distinto, entre jueces de oposición y de enchufe soterrado, entre juristas vendibles y abogados comprables. Cosa hecha, con matices. A veces, irrumpe como elefante en cacharrería, una alaya que despliega el valor y se enfrenta al dragón que ruge. Marinos barberos que mueren y mercedes que sufren presión. Se distrae al personal. Se desobede un poquito antes y un muchito después.

 

Se sortea la norma y, en vez de velo, una manta tupida. Se entrega, tarde y roto, el expediente que se solicita. Si la magistrada se pone chula, se suelta a la jauría mediática. Ultraderecha, acusan. Heredera del franquismo, gritan. Carente de legitimación democrática porque el pueblo no la ha elegido, reprochan. En sintonía, los parásitos separatistas e independentistas corean las bondades del Berlusconi que soborna. Los prebostes de la izquierdilla rosaguileña o valderiana o torrijista se dejan acunar y reciben el aire fresco del viaje, de la prebenda, del coche oficial. Qué felices son y se sienten.

 

Las mercedesalayas de la ley no descomponen la figura. No son garzones de quitipón. Ni pizarros de presidentechaves. Ni blancos de rueda posecialista. Ni rubalcabas de negro sarcófago. La bandera de la libertad que guía al pueblo muestra el pecho valiente que retratara Delacroix. Entonces, Torrijos termina imputado. La clámide pectoral de la mariscada se le sube a la cabeza y el hombre no ve. La jet psoecialista enrojece de ira y la crème de la créme de Izquierdilla arrejuntá se frota los ojos. Quiencoño es esta juez, escupen. Que la quiten de enmedio. Que el torrijos se derrite como dulce semanasantero.

 

El jefe sevillano del clan consistorial no es el liberal Torrijos que murió fusilado por orden de Fernando VII. El héroe inmortalizado por Gisbert no llenó su gaznate de cerveza bruselense ni acumuló en su orondo estómago sabrosa carne de bogavantes o de langostas. Torrijos presenció la muerte de sus compañeros. Fue el último en exponer su cuerpo al plomo de las balas del pelotón de ajusticiamiento. Sus últimas palabras fueron un viva a la libertad.

 

El dulce Torrijos liberal que pintó Gisbert. El amargo Torrijos faccioso aprehendido por una instantánea fotográfica. Entre uno y otro, la luz de la honradez. Impresión e impresionismo. El Torrijos actual fue pillado, imputado, acaso encausado, tal vez absuelto. En tiempos de Poncio Griñán. Dios, si existes, qué huérfanos nos dejas a veces ante tanta alimaña. Dios.

 

Un saludo.

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